San Juan 14, 6-14:
Dos apóstoles

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

A veces he pensado que me gustaría que existiera una fiesta en la que, conjuntamente, celebráramos a los Doce Apóstoles. De hecho ya hay muchas fiestas en las que, con diferentes motivos, se nos recuerdan los fundamentos y la solidez de la Iglesia. Aún así me gustaría que existiera esa fiesta sin que se suprimiera ninguna de las otras. Hoy la Iglesia nos presenta a Santiago y Felipe, de los que se sabe poco, pero que estuvieron en los orígenes de la Iglesia y que, según la imagen que los compara a columnas, están con sus compañeros formando los cimientos de la Iglesia. De hecho la celebración de Felipe y Santiago está unida a la de la dedicación de la basílica de los Doce Apóstoles en Roma.

Las lecturas de hoy los mencionan, pero no conocemos al detalle su vida. Lo que podemos saber lo ha compendiado magistralmente Benedicto XVI en sus catequesis de los miércoles. Puede consultarse lo que dice sobre el Apóstol san Felipe en http://www.primeroscristianos.com/catequesis/completo_san_felipe.pdf y lo que dice sobre Santiago en http://www.primeroscristianos.com/catequesis/completo_santiago_menor.pdf .

El Evangelio sitúa a los Apóstoles en continuidad con el hecho de que Jesús se vuelve al Padre. Y Jesús dice: “Os lo aseguro: el que cree en mí también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”. Ese anuncio tan grande Jesús lo hace a sus apóstoles. A esos mismos que, según señala san Pablo, tiene la delicadeza de aparecerse resucitado para que entiendan plenamente el sentido de su obra redentora y se lancen a la misión que les encomienda: colaborar con Jesús para que todos los hombres puedan llegar hasta el Padre.

El Verbo se encarnó para salvar a los hombres y, completada la obra redentora, quiso seguir acercándose a los hombres a través de otros hombres. No se trataba de la transmisión de una tradición oral, sino de la posibilidad de poner en contacto a personas de diferentes tiempos y lugares con el mismo Jesús, que es “el camino, la verdad y la vida”. Es la Iglesia, una institución que no deja de maravillarnos. Por eso el recuerdo celebrativo de quienes estuvieron en los orígenes nos conmueve tan profundamente. Cuando recordamos, y solemnizamos adecuadamente, estas celebraciones, lo que hacemos es reconocer y agradecer el camino que Dios ha elegido para llegar hasta nosotros y salvarnos.

A los Apóstoles sucederán los Obispos, participando de una misma misión y capacitados para seguir dispensando los dones de la gracia divina. A través de esa cadena de misericordia nosotros hemos sido incorporados a ella y eso hace que estemos tremendamente agradecidos. La Iglesia es apostólica. Sabe de dónde viene, para qué existe y quién la sostiene. Hemos de dar muchas gracias a Dios.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid