S
an Mateo 28, 16-20:
Cada uno en su sitio

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

 

“En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo.” Con estas sencillas palabras comienzan los hechos de los Apóstoles, la actuación de la Iglesia. Jesús ya había cumplido la misión para la que fue enviado. Con su vida, su muerte en cruz y su resurrección nos había reconciliado con Dios y nos había mostrado el camino de la salvación. Había terminado su misión y comenzaba la nuestra, con el auxilio del Espíritu Santo. “ Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo”. Dios se había hecho cercano, tan cercano como nunca podríamos imaginarlo, y ahora somos nosotros los que nos tenemos que acercar a Dios, pues ya podemos.


Ahora es el tiempo de la Iglesia: “ todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.” Jesús se va físicamente, pero se queda en la Iglesia como su cabeza y como su centro en la Eucaristía. El día de la ascensión es como el día de ponernos en marcha, de darnos un baño de apostolicidad y anunciar a Cristo. Hace poco se ponía en duda la presencia de sacerdotes en los comités de ética de los hospitales de España. Como son noticias “para despistar” de otras la gente lo que entendía es que querían prohibir la presencia de capellanes en los hospitales (de momento eso sólo se lo han planteado en Andalucía, pero todo llegará).

 Ahora que me dedico a los hospitales los enfermos y sus familiares te mostraban su apoyo y agradecían la presencia de un sacerdote que pasara a verlos, saludarlos, les respetase sus creencias y atendiese sacramentalmente a los católicos. A veces, como hay que llevar la bata de los hospitales, algún enfermo se confunde y te llama “doctor.” Rápidamente les corrijo, si pusiesen su salud en mis manos lo más seguro es que pasasen con gran celeridad de este mundo al Padre. No por pasarme el día entre enfermos me considero un médico y no entiendo nada de medicina. Sería una presunción el suponer que ya sé de tratamientos, medicamentos y diagnósticos. Cada uno tiene que estar en su sitio, el médico en el suyo y el sacerdote en el propio. Igualmente pasa en la Iglesia y en el mundo, cada uno tiene que estar en su sitio. Cristo en el suyo, los sacerdotes en el suyo y los laicos en su lugar. En la Iglesia no hay puestos más importantes, cada servicio es necesario y, sobre todo, es un don del Espíritu Santo que es el que nos coloca en nuestro lugar. Ni el laico tiene que ser una especie de sacerdote sin galones, ni el sacerdote es una clase de laico con mando en plaza. Ese trasiego de papeles que aveces se da en la Iglesia provoca que cada uno haga lo que no tiene que hacer y que se nos olvide anunciar el Evangelio para intentar anunciar nuestro cargo. Es una lástima, pero el día de hoy nos recuerda “cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo.”

Así que nos quedemos plantados mirando al cielo, sino que cada cual, según la vocación recibida del Espíritu Santo, se ponga a anunciar a Cristo, hasta que Él vuelva. La Virgen María nos indica siempre el camino que Dios quiere de nosotros, encomendémonos a ella en este mes de mayo.
(Ayer hice 16 años de sacerdocio, se agradecen las oraciones)

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid