San Juan 20, 19-31:
Eterna misericordia para quien lucha

Autor: Arquidiócesis  de Madrid    

 

Hechos de los apóstoles 2, 42-47; Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24; san Pedro 1, 3-9; san Juan 20, 19-31

Dentro de la gran variedad de los salmos, muchos se refieren a la virtud de la esperanza, o expresan alegría, confianza en Dios, abandono en sus manos.

El salmo que hoy nos presenta la Misa tiene esta característica por encima de cualquier otra: “diga la casa de Israel: eterna es su misericordia”. No hay nada que llene de más esperanza al pecador que saber que la misericordia de Dios es eterna.

Sin embargo, este pensamiento puede llevar a algunos de nosotros a un error de bulto. Y grave porque lo que está en juego es la vida eterna: “Dios es tan bueno que aunque yo no sea muy bueno (y al decir “no ser muy bueno” estamos hablando de incumplimientos graves de la Ley de Dios), en realidad ‘como es eterna su misericordia’, Él me perdonará y, al final me salvará: porque Dios es muy bueno, comprende mis debilidades y fallos”

Bien. Este pensamiento, o cualquiera de sus variantes, es muy peligroso en primer lugar porque aun con apariencia de verdad, lleva dentro una carga de engaño. Es cierto que si hay una ignorancia invencible, es decir, si el hombre no sabe de verdad que lo que está haciendo es grave, no le es imputable y, consiguientemente no es responsable. Pero es necesario subrayar que cuando se dice: “no sabe de verdad”, no se quiere decir que “hace como que no lo sabe” o, por decirlo con una frase más corriente, “lo sabe pero se hace el loco”: delante de Dios no podrá servir de nada las falsas excusas, entre otras cosas porque nosotros mismos tendremos la claridad para ver que son precisamente falsas.

La Misericordia de Dios es eterna para con sus hijos, que somos nosotros, mientras estamos en esta vida. Luego, en el juicio tiene que ser, necesariamente, justo, porque sino, aunque parezca una perogrullada, sería “injusto”. Es cierto que aplicará la justicia con misericordia, pero nunca la gravedad de nuestras acciones -si muriéramos en pecado mortal- se podrán convertir en veniales “porque es eterna su misericordia”. No.

Eterna su misericordia quiere decir que si, por ejemplo, imaginamos al pecador más malo del mundo -es un modo gráfico de hablar-, que hubiera cometido los crímenes más grandes posibles: asesinatos, robos, adulterios ¡en fin! acciones depravadas por doquier, si ese hombre se arrepiente, si pide perdón a Dios, por muy grandes que hayan sido sus iniquidades, Dios le perdona porque “es eterna su misericordia”. Si se arrepiente, antes de morirse.

Esta es la clave: hay misericordia si hay reconocimiento de mi pecado, si hay humildad para pedir perdón, si lloro apenado por la ofensa cometida contra Dios, si estoy dispuesto a luchar aunque volviera a caer pero con propósito firme de no seguir cometiendo más pecados. Entonces, como “su misericordia es eterna”, Él “no se acordará de los pecados de un corazón contrito y humillado”, como dice precisamente otro salmo que nos llena de esperanza. Pero ese corazón contrito y humillado tiene que darse aquí en la tierra, ya que después no hay posibilidades de reparar.

Por eso la misericordia de Dios está vinculada a nuestro esfuerzo sincero por vivir bien la ley del Señor, por luchar por ser cada vez mejores; unida a nuestro afán por vencer las tentaciones que nos llevan a huir del pecado.

Precisamente por eso, este salmo después de decirnos que la misericordia de Dios es eterna, añade: “empujaban y empujaban para derribarme, pero el Señor me ayudó;”. Esto es lo que hay que evitar, que por mucho que me empujen para apartarme de Dios yo no caiga en el pecado. Misericordia de Dios y esfuerzo personal mío están unidos: “el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación”, añade a continuación este salmo de hoy.

Por eso “hay cantos de victoria en las tiendas de los justos” termina el salmo. La alegría, la esperanza, debe de estar siempre presente en la vida del cristiano porque sabe que “la misericordia de Dios es eterna”, pero añadiremos hoy que hay cantos de victoria en las tiendas del cristiano, con la condición de que el cristiano luche y se esfuerce por ser buen discípulo de Cristo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid