San Mateo 5, 17-19:
La ley del amor

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Deuteronomio 4, 1.5-9; Sal 147,12-13.15-16.19-20; san Mateo 5, 17-19

La gente necesita conocer a Dios. ¿Cómo lo das tú a conocer? Estamos en el tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, tiempo de adentrarnos en los misterios centrales de nuestra fe… ¡y tiempo de cambiar tantas aptitudes anquilosadas en nuestro interior! De otra manera, los que nos rodean nunca podrán ver en nosotros una realidad que les enamore y les lleve a Dios.

Conforme sea nuestra de fe, podremos dar testimonio con nuestra vida ante los demás de lo que Dios opera en nosotros. ¿Cuál es el problema? No es otro, que olvidar que esa fe es un don que hemos recibido gratis. No se trata de ganar obstáculos a fuerza de empeños personales sin más, sino de considerar cuánto tenemos, sin mérito alguno por nuestra parte, porque hay Alguien que nos ama de verdad. Esa supuesta “dejadez” (que en realidad no lo es) en manos de Dios, sí que resulta un auténtico esfuerzo, pues se trata de cambiar radicalmente de mentalidad.

Podemos caer en la tentación de pensar que Dios nos debe muchas cosas. Nuestra resignación, nuestra fidelidad matrimonial, nuestra dedicación a los hijos, nuestras oraciones, nuestros sacrificios, nuestro aguantar tantas impertinencias… Como puedes ver, siempre se trata de algo “nuestro”. ¿Qué tiene ver Dios en todo ello? Es entonces cuando la fe aparece en el horizonte de nuestra vida, no como un añadido sin más, sino como el motor que nos capacita para realizar obras grandes, y que van más allá de cualquier razonamiento. Dios nunca nos pide que calculemos el amor que nos tiene… “simplemente” nos ama. Si fuéramos capaces de actuar con semejante simplicidad, ¡cuántas cosas dejaríamos a un lado para dedicarnos a lo esencial!

“No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”. Y esa plenitud no tiene otro nombre, sino el amor. “Ama, y haz lo que quieras”, decía San Agustín. Porque el que se mueve en la dinámica del amor, no se dedica a acatar los mandamientos, sino que los busca “ansiosamente”, como la única manera de identificarse con aquel a quien ama por encima de todo. Este es el drama del hombre del siglo XXI. Ha vuelto hacia atrás. Cree encontrar en su pecado la realización de sus ambiciones, cuando en realidad no hace sino compadecerse aún más de sí mismo, mientras desprecia a los demás… y a Dios.

“Quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos”. Los mandamientos de la Ley de Dios son preceptos hechos desde el amor. Nunca han sido negaciones de nada, sino que han nacido de la misericordia Dios, y de su afirmación hacia el ser humano. Por eso, es tan importante la fe. Desde ella, el entendimiento queda iluminado para captar con más hondura el plan de Dios sobre nosotros. De esta manera, la razón no es una mujer viuda que ha perdido toda esperanza, sino que se la capacita aún más para comprender la ley de Dios… su amor.

Nuestra Madre la Virgen dijo “sí”. Esa afirmación llega hasta nosotros como modelo de fe y amor. Una mujer sencilla, pero tan llena de Dios, que “no supo” hacer otra cosa en su vida sino amar. La gente necesita conocer a Dios… Ama a Dios y lo darás a conocer.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid