San Marcos 12, 18-27:
Siete veces casada y aún estéril

Autor: Arquidiócesis  de Madrid 

 

 

Tobías 3, 1 -1 la. 16-17a; Sal 24, 2-3. 4-5ab. 6-7bc. 8-9; san Marcos 12, 18-27

En estos días, mientras las Primera Lectura recorre el libro de Tobías, el Evangelio avanza por las páginas de San Marcos. El que, hoy, ambas lecturas se hayan puesto de acuerdo en un caso tan singular y estrambótico como el de una mujer viuda de siete maridos y sin ningún hijo sólo puede interpretarse de dos formas: o es una tremenda casualidad, o el Espíritu está gritando con toda su fuerza. Y, tratándose de la Palabra de Dios, no hay duda: estamos ante el segundo caso.
A Sara, la hija de Ragüel, se le murieron los siete maridos en la noche de bodas, en el momento de “acercarse a ella según costumbre”… Si nos quedamos en la anécdota, lo más que podremos concluir es que esa mujer tenía más peligro que una caja de bombas, y que a ver quién es el guapo que vuelve a acercarse a ella (lo sabremos dentro de unos días). De la mujer referida en el discurso que los saduceos presentan ante Jesús no se nos dan más detalles, pero qué duda cabe de que estamos ante una segunda Sara… Hasta aquí, nada más. Para escuchar la voz que grita detrás de Sara, debemos acercarnos al lenguaje de la Escritura.
En la Biblia, la unión de Hombre y Mujer refleja el misterio de los desposorios entre Dios y el ser humano. A Israel se la llama “novia” de Dios; la Iglesia es la esposa de Cristo, y el alma humana es la amada del Señor. Por este motivo, el pecado se interpreta en términos de “prostitución”, “fornicación”, “adulterio”… Cuando Israel peca, traiciona a su Esposo, y se une a dioses falsos. Cuando el hombre peca, traiciona a Cristo, esposo del alma, y se entrega a la soberbia, la avaricia, la lujuria, la gula, la pereza, la envidia, la ira… ¡Alto ahí! ¿Lo ves? Ya tenemos, en un solo renglón, los siete maridos del alma que ha abandonado a su Señor: los siete pecados capitales. Y, ahora, dime: ¿qué provecho saca el hombre para su salvación de cada uno de estos “esposos”? Sí, sí, ya sé que pueden aportar un momento de embriaguez, un hálito de vértigo. Pero, tras ese “explosivo” principio… ¿No se encuentra el hombre perdido y fatigado? Y, cansado de la gula, ¿no camina entonces detrás de la soberbia? Cansado de la soberbia, busca la lujuria, y, cuando la lujuria le ha hundido hasta el hastío, sobreviene la envidia… Y al hombre se le mueren los maridos, se le gastan los pecados, porque con niguno se llena… Una vida estéril. Así, Sara, la hija de Ragüel, símbolo de aquel Israel que se había apartado de Dios para fornicar con los siete vicios, esperaba hastiada el momento de ser rescatada por Cristo para ser fecundada en alegría. Quizá Jesús pensó, ante aquellos saduceos: “esa mujer cansada sois vosotros. Pero Yo he venido a rescataros, y no me conocéis”…
Frente a Sara está María, la criatura que Sara, Israel, tú y yo estamos llamados a ser. Lo seremos cuando, como Ella, no tengamos más que un sólo Señor, y a Él nos entreguemos totalmente y sin reservas: la “Esclava del Señor”. Entonces nuestra vida dará fruto, el “fruto de tu vientre, Jesús”.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid