San Juan 15, 9-11:
Molestias

Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

 

Hechos de los apóstoles 15, 7-21; Sal 95, 1-2a. 2b-3. 10; san Juan 15, 9-11

“Una comida más, una comida menos.” Esta frase que dice de vez en cuando una persona que aprecio, no tiene ningún sentido escatológico. Simplemente le molesta sentarse a comer y dedicar algo más de un cuarto de hora a alimentarse. Lo de las molestias es curioso. Hay personas a las que les molesta levantarse (el día que no se levanten me dirán). A otros les molesta andar, les molesta que les hablen por las mañanas, les molesta que les llamen por teléfono o les molesta que no les llame nadie. A veces pienso que la cuestión es quejarse.

“No hay que molestar a los gentiles que se convierten a Dios.” Así se resuelve la polémica que comenzamos a escuchar ayer en los Hechos de los Apóstoles. Sin embargo parece que hoy la fe molesta, la Iglesia molesta, los curas molestan, la moral molesta, … ¿Es que hemos perdido la inspiración original y nos encanta a los curas meter el dedo en el ojo a la gente? Sería mas sencillo no molestar, dejar que cada un se sintiese a gusto e hiciese lo que quisiera. Al menos así piensan algunos, yo no.

¿Cuándo nos molesta algo? Cuando interrumpe nuestra vida, lo que hacemos de corazón. Al que le molesta levantarse por la mañana es porque quiere dormir más, no porque no quiera levantarse nunca. Así hemos hecho de la fe y de la práctica religiosa algo que interrumpe nuestra vida. El domingo nos parte el día tener que asistir a Misa, el ponernos a hacer oración significa romper con nuestro ritmo de trabajo o tener que dejar un poco antes la cama, el rezar el rosario implica dejar de ver un rato la televisión. Si nos preguntasen a bocajarro ¿Qué quieres más: lavar tu coche, tu trabajo, el concurso Pasapalabra o a Dios? Sin duda contestaríamos sin dudar: “A Dios.” Pero cuántas veces parece que nos molesta. Tenemos que cambiar nuestra relación con Dios. Dios no puede ser una molestia, sino, al contrario, un descanso para el alma y la plenitud de lo que hacemos cada día, por muy trivial que parezca.

“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.” Es cortito el Evangelio de hoy y no me he resistido a transcribirlo entero, pues es la clave para que Dios no moleste. Al igual que no nos molesta una comida larga si la compañía y la conversación son agradables, Dios no nos molestará si nos acompaña a lo largo de todo el día. Los “parones” que hagamos para estar sólo con Él serán los momentos de conversación con un amigo, con un Padre que nos quiere. Y los amigos y los padres jamás molestan, a no ser que estemos mal de la cabeza o tengamos el corazón despistado.

Según vayamos amando más a Dios nuestra relación con el será más continua, más fluida, mas necesaria. Nadie escucharía a su mejor amigo, que quiere contarle algo importante, mientras juega a la Play-Station. Nadie que ame a Dios aprovecharía para rezar el rosario y ver las noticias a la vez. Si lo haces así algo falla.

La Virgen no sólo ponía su corazón en Dios, puso toda su vida, todos sus minutos y toda su atención. Pidámosle a ella que sepamos enamorarnos más de Dios y disfrutar de Él, que nunca sea una molestia.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid