San Juan 15, 12-17:
Alegrías

Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

 

Hechos de los apóstoles 15,22-31; Sal 56, 8-9. 10-12 ; san Juan 15, 12-17

Esta semana he estado confesando, en una parroquia cercana a la mía, a niños que iban a hacer su primera Comunión y a algunos de sus padres. Había algunos que llevaban bastantes años, hasta treinta, sin confesarse (entre los padres, claro, no entre los niños), y con ocasión de la celebración volvían a la casa paterna. Bastantes lloraron (discretamente) al volverse a reconciliar con Dios, al abrir su alma y ventilar aquello que llevaba tanto tiempo cerrado. Eran lágrimas de alegría pues no recibieron una reprimenda ni una charlita moral, recibieron el abrazo de Dios nuestro Padre que llevaba tanto tiempo esperándoles. Y lágrimas de alegría pues estamos muy desacostumbrados a recibir buenas noticias, a descubrir que realmente nos quieren.

“Bajaron a Antioquía, donde reunieron a la Iglesia y entregaron la carta. Al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho.” La Iglesia está llena de buenas noticias aunque nos encante quedarnos en los escándalos, en las críticas o en las miserias. Es cierto que todos los que formamos la Iglesia tenemos nuestro pecado, pero -al contrario que los informativos de televisión-, no son nuestra noticia de portada, ni la última ni la más importante. La Iglesia ha anunciado, anuncia y anunciará una buena noticia para cada hombre y mujer de cada tiempo. Siempre habrá quien no quiera abrir las ventanas de su alma y dejar que entre la luz y el aire, quien se resistirá, como gato panza arriba, a aceptar que Dios le quiere y que por lo tanto puede querer, pero eso no debe extrañarnos ni escandalizarnos.

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.” Sería mucho más fácil tener un Dios lejano, distante, indiferente a los hombres, pues así nosotros podríamos ser indiferentes a Dios. Cuando ahora se trata de negar la divinidad de Cristo en el fondo se trata de negar la divinidad de Dios. No queremos que Dios nos llame amigos, que Dios se entregue a la cruz por nosotros, que tenga misericordia de cada uno, pues eso nos compromete. Parece más fácil vivir sin Dios, pero rechazando a Dios rechazamos la única Buena Noticia que vale la pena, nos resignaríamos a vivir sin alegría. Por eso tanta gente vive desencantada, buscando la alegría fuera de sí en mil tipos de diversiones y distracciones. Como San Agustín buscan la alegría en las cosas de fuera y no se dan cuenta de que Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos. Cuando uno mira su vida sin Dios descubre tanta miseria que no cree que Dios pueda elegirlos y prefiere elegir a su dios. Pero “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.” Esa elección no nace de nuestras virtudes personales o de nuestras capacidades, nace de la misericordia de Dios y, justamente por eso, nos llena de alegría. Deberíamos llorar de alegría al comprender esta realidad.

Por eso la Iglesia anuncia una buena noticia. Habrá quien quiera descubrir en la Iglesia intereses ocultos, negocios oscuros o tramas sospechosas. Pero todos en la Iglesia sabemos que hacemos y vivimos algo que no es nuestro, que ni tan siquiera hemos elegido, sino que ha sido Dios quien nos ha elegido y sólo podemos dar gratis lo que gratis hemos recibido. Y por muchos enemigos de la Iglesia que surjan por todo el mundo la Iglesia no callará, pues no puede renunciar a sembrar alegría, aunque los hombres se nieguen a ser alegres.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.” Como María proclamemos a los cuatro vientos la alegría de ser amigos de Dios.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid