San Juan 15, 9-17:
Negaciones

Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

 

Hechos de los apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4; san Juan 4, 7-10; san Juan 15, 9-17

Debo tener una suerte bárbara en los concursos. En los últimos meses me han tocado una bicicleta, un dvd, un crucero y una tostadora. Lástima que para recibir el regalo seguro hay que asistir a una charla de una hora de duración acompañado de su cónyuge. Mi cónyuge no existe y si existiese se negaría a participar en semejantes bodrios. Gracias a Dios pronto cambio de dirección y dejaré de estar en la base de datos de esos engañabobos. Pero a lo que íbamos, lo bonito de esas cartas es que por un lado te anuncian en bonitos colores que has sido elegido entre miles de millones de personas y, por la parte de atrás, en una tinta que casi se confunde con el color del papel y en letra muy pequeña, te ponen un montón de condiciones. Es algo así como el “Código Da Vinci”: el que se haya gastado el dinero y el tiempo en el libro y la película estará acordándose de por qué no dedica esos euros y esos minutos a tomarse una buena cena con unos amigos y así, al menos, entretenerse. Te prometen diversión y misterio y acabas bostezando.

“¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?” Dios no promete una cosa y nos da otra. “Dios es amor” y ama a toda la humanidad. Por todos los hombres Cristo se encarnó, murió y resucitó. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.” Sin embargo parece que esa puerta, que se abre para toda la humanidad, algunos están empeñados en cerrarla. Se niega el agua del bautismo a muchísima gente. Y no me refiero a los sacerdotes que no quieran trabajar, me refiero a aquellos que hacen que los bautizados vivan como si no lo estuviesen. Parece que en el mundo se niega la santidad. Se niega que los niños puedan ser santos, pues los inundamos de cosas superfluas y de egoísmo. Se niega a los jóvenes la capacidad de vivir en gracia de Dios y desde la preadolescencia se les enseña que el amor es simple sexo. (No deja de asombrarme como cada día se valora más el dinero, que se puede perder y recuperar, que la virginidad, que una vez que se pierde ya no se recupera). Se niega a los matrimonios la fidelidad y se niega a los ancianos su dignidad y el respeto. Cuando alguna persona se plantea un ideal alto parece que el mundo se lo niega. Los enemigos de Dios han sido muy listos y han conseguido que muchos cristianos se nieguen a ser santos y, seamos serios, si en mi parroquia la gente no vive en gracia de Dios ya podré hacer grupos de exégesis bíblica según los documentos de Qumram, que será una parroquia muerta.

Pero estos que se creen que pueden acabar con la Iglesia no han contado con un dato fundamental. Se puede hacer que un cristiano se niegue a amar a Dios, pero no se puede hacer que Dios deje de amarle. “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.” Y el amor y la misericordia de Dios son mucho más fuertes que cualquier cosa que la sociedad crea que puede negarnos. Estoy convencido de que va a llegar una época de grandes santos, pues habrán conocido a Dios después de haberle negado y serán testigos de la misericordia. Como Pablo podrán decir: aquél al que yo perseguía me envío. O como Pedro podrán llorar por sus negaciones al Señor y escuchar: “apacienta mis corderos.”

No neguemos nosotros la gracia de Dios. Vamos a pedirle a nuestra Madre la Virgen que abramos los ojos y nos demos cuenta de que, en momentos difíciles, es cuando más se manifiesta el amor de ese Dios que nos llama amigos.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid