San Juan 16, 29-33.
Matemática y Espíritu Santo

Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

 

Hechos de los apóstoles 19, 1-8; Sal 67, 2-3. 4-5ac. 6-7ab; san Juan 16, 29-33

Dentro de unos días celebraremos la solemnidad de Pentecostés, que es el correlato
de la fiesta de la Ascensión. Y es que hay lejanías que son el inicio de un diálogo: toma
distancia con su rival el jugador de tenis para realizar su saque, y esa distancia es la que
permite enviar la pelota e iniciar el juego; da unos pasos hacia atrás el futbolista antes
de lanzar el penalty, y al alejarse prepara un lanzamiento que ha de unir portero y
delantero en una sola jugada (eso sucede hasta con Cañizares bajo los palos… ¿no os
pareció un poco “fantasma” el teñido “rubiales”?); se aleja Nuestro Señor, y, desde el
Cielo, envía sobre nosotros ese Espíritu que nos unirá indisolublemente a Él… El
domingo que viene, como la vez primera, el Paráclito descenderá sobre el mundo. Sin
embargo, no dará fruto en todas las almas. También el agua, cada vez que llueve, cae
sobre la tierra y sobre el cemento por igual; pero a la tierra esponjada la fecunda, y en el
cemento sólo forma charcos. Las almas son tierra, rota y esponjada, o son cemento, duro
y cerrado. Así descenderá el Espíritu de Dios.
Una sola cosa necesitamos: hambre. Si el Espíritu Santo no obra prodigios en
muchas almas, el verdadero motivo es que las almas no creen necesitarlo. “Ya estamos
bautizados -decimos-; nos confesamos y vivimos en gracia de Dios. El Espíritu Santo ya
habita en nosotros”… Hacemos funcionar la “matemática de la gracia”, y razonamos
como si tuviéramos delante una pizarra: “nacimiento + bautismo = gracia”; “gracia -
pecado = condena”; “gracia - pecado + confesión = gracia”… Hemos matado la fe. Por
que esta matemática anestesia el espíritu, y olvida que no basta con “tener” la gracia;
hay que soltarle las cadenas.
Cuando aquellos efesios a quienes se refiere hoy el libro de los Hechos recibieron el
Espíritu Santo, “se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar”… Mira ahora a nuestros
cristianos; mírate a ti mismo. Estamos mudos; el nombre de Cristo se pronuncia (y no
tanto como debiera) en las iglesias; pero apenas se pronuncia en las oficinas, en los
bares, en los hogares, en los supermercados, en los cines… Puede un cristiano pasar
años en un puesto de trabajo sin que sus compañeros sepan que ama a Jesucristo;
políticos “cristianos” callan ante leyes ominosas que profanan la verdad evangélica;
periodistas “cristianos” tienen miedo de pronunciarse demasiado claro para no perder su
“prestigio”… Este “pueblo de Dios” está mudo; mudo y acobardado, encerrado en su
catacumba y, a veces, apalancado en sacristías y parroquias en las que el aire, por mal
ventilado, es casi irrespirable… ¡Despierta! ¿Acaso no ves que no basta con el frío y
matemático “estar en gracia”? Levántate, y pide, unido a toda la Iglesia y a la Santísima
Virgen en un clamor urgente: “¡Ven, Espíritu Santo!” Porque cuando el Espíritu Santo
viene y se introduce en el alma, te entran unas ganas locas de hablar. Y ya sabes que no
me refiero a hacer la segunda lectura en misa, sino a contarle de una vez a tu compañero
de trabajo y a tu amiga del alma la dicha de ser cristiano.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid