San Mateo 5, 38-42:
La justa indignación

Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

 

libro de los Reyes 21, 1-16; Sal 5, 2-3. 5-6. 7 ; san Mateo 5, 38-42

Dicen los especialistas que la llamada “ley del talión”, esa que reza: “ojo por ojo, diente por diente, brazo por brazo…”, fue un avance en la justicia y un freno a la venganza desmedida. Antes de su formulación parece que se respondía sin medida a la agresión de otro y, fácilmente, se entraba en una espiral de violencia que ya nadie era capaz de parar. Pero Jesús no se conforma con eso, lo que significa que no es a la medida del hombre.

Sin embargo, después de escuchar una lectura, como la que se nos propone hoy, es difícil no sentir una justa indignación. Ajab se apodera injustamente de la viña de Nabot, gracias a las pérfidas acciones de Jezabel. Lo que en seguida brota de nuestro interior es el deseo de la venganza. ¡Que se castigue a ese rey y a su esposa! Cualquiera con un mínimo de sentido de la justicia nota cómo se rompe por dentro y pide que se castigue al culpable. Porque, además, la acción ha sido planeada con alevosía. No ha sido un simple capricho. Para satisfacerlo se ha urdido un plan muy meticuloso que prueba aún más la catadura moral de los ejecutores.

¿No es justo indignarse en ese caso? Por supuesto que sí. ¿No está en contradicción con lo que enseña Jesús en el Evangelio? Para nada ¿Cómo se explica? Aquí hay que proceder por partes y atender a la enseñanza constante de la Iglesia y a la manera como se ha interpretado y vivido el Evangelio. No debemos precipitarnos. El mismo Jesús, cuando es abofeteado en casa del Sumo Sacerdote, pregunta por qué le pegan.

La Iglesia siempre ha optado por la justicia, pero intentando que no se mezclara con el odio ni con el deseo de venganza. De hecho, hay ciertas formas de enfrentarse a la injusticia que son directamente reprobadas. Especialmente aquellas que incitan al odio como puede ser la lucha de clases. Por otra parte, no faltan testimonios de cristianos que han vencido el mal con abundancia de bien. Muchas veces ha sido la resistencia pacífica la que ha cambiado una situación que era insostenible. Lo que nunca es tolerable es hacerse cómplice del mal ni siquiera como estrategia, con la intención de derrotarlo.

Por eso, es bueno que en la sociedad, y en las familias, se defienda la justicia. De hecho es necesario porque si no sería imposible la convivencia y aún la educación de los niños. Pero esa justicia viene moderada por la clemencia y todavía más por el amor. La justicia inmediata puede satisfacer nuestro instinto, pero no siempre consigue el bien perseguido, que es dar a cada uno lo que merece. Además, muchas veces impide la posibilidad de rescatar a otro de su mal. La Iglesia lo ha defendido muchas veces. Recordemos aquellas palabras de Juan Pablo II: “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”. El mismo Papa, en Dives in misericordia, señalaba que una sociedad que se basara sólo en la justicia, sin arraigarla en la misericordia, fácilmente se convertía en injusta.

Por tanto, Jesús no bendice los comportamientos injustos. Lo que hace es mostrarnos que el mal sólo se vence con abundancia de bien y que, incluso cuando se trata de atajar el mal, no podemos dejar de actuar movidos por la caridad. También esta es la que da forma verdadera a la justicia. La experiencia indica que comportarse como indica el Señor, aunque resulte paradójico en principio, es el camino más recto para acabar con el mal.

Que María, Espejo de la Justicia, nos ilumine en todos los instantes de nuestra vida para que sepamos discernir en cada momento lo que es bueno y justo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid