San Mateo 28, 8-15:
Escuchar a Dios

Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

 

Hechos de los apóstoles 2,14.22-33; Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11; san Mateo 28, 8-15

Este lunes de Pascua san Pedro empieza -así nos lo relata la primera lectura de la Misa de hoy- recabando nuestra atención: “escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa”. Así se dirige san Pedro a los fieles.

Es importante “escuchar” porque gran parte de los males de hoy vienen de ahí: de no escuchar la Palabra de Dios. En una emisora de radio española, los locutores no hablan de “nuestros oyentes” sino de “nuestros escuchantes”, y los llaman así porque, efectivamente, uno puede estar oyendo la emisora -dice esta radio- pero no escucharla, distraído en otras cosas. Es cierto. Mucha gente va a Misa y “oye” la palabra de Dios, pero no la escucha; por el contrario está “escuchando” otras cosas, o está “escuchándose” a sí mismo mientras se lee la Palabra de Dios.

Se entiende que san Pedro, con este “escuchar”, lo que nos está pidiendo es que asimilemos, que reflexionemos, o que hagamos, como nos dice el Evangelio que hacía la Virgen con las cosas del Señor: “las ponderaba en su corazón”.

En este tiempo de Pascua que iniciábamos ayer, es importante darse cuenta quién es el que nos habla. El mismo Señor es llamado “la Palabra”, el “Verbo”. Por eso se oye decir al Padre en el Bautismo del Señor: “escuchadle”. Y, el mismo Señor también nos pide que le escuchemos, por ejemplo en el diálogo con la samaritana: “si supieras quién es el que te dice dame de beber, serías tú quien le pedirías agua y yo te la daría”. Algo parecido podríamos decir ahora: si nosotros cuando leemos el evangelio, cuando lo escuchamos en la Misa, o meditamos junto a un sagrario fuéramos conscientes de lo que eso supone, seríamos nosotros los que no querríamos perdernos “ni una palabra”, atentos a lo que sale de la boca de Dios, porque la palabra de Dios da vida y “salta hasta la vida eterna”. “Quien escucha mi palabra y la pone por obra, ese, entrará en el reino de los cielos”. El Señor estimulará a aquellos que tiene delante a fin de que le escuchen.

Es muy fácil, aunque no nos lo parezca, que con frecuencia no escuchemos la Palabra de Dios. Piensa, por ejemplo, qué sucedería si al salir de Misa alguien te preguntara “¿de qué ha hablado la primera lectura o la segunda o el Evangelio que acabas de escuchar? Quizá nos quedaríamos sorprendidos al comprobar que quizá no sabríamos contestar a ese requerimiento.

No es lo mismo “oír” que “escuchar”, ni igual que “entender”, o “comprender” y menos aún que “practicar” o poner por obra. Todos estos verbos no son sinónimos, sino escalones ascendentes. El primero, sin el cual no se pueden dar los demás, es el de escuchar, como nos anima san Pedro. Escuchar la palabra de Dios.

También se exige esa atención y escucha a la Palabra por razón de quien está hablando: Dios mismo. Por eso, el sacerdote en la Misa siempre termina diciendo en voz alta: “Palabra de Dios”. Y esta Palabra es a la que debemos estar atentos, la que deberíamos incluso memorizar para, teniéndola siempre presente, comprenderla, ponderarla y practicarla, pues ella nos guía al fin de nuestra vida, al encuentro con nuestro Padre Dios. Padre que precisamente por este motivo, por amor a sus hijos fue por lo que “habló”, es decir, pronunció palabras, que son sólo una, la Palabra de Dios, el Verbo Encarnado, para que siguiendo lo que nos dice alcancemos la unión con Él eternamente en el cielo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid