San Mateo 8, 5-17:
Cargó con nuestras enfermedades

Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

 

Lamentaciones 2, 2. 10-14. 18-19; Sal 73, 1-2. 3-4. 5-7. 20-21 ; san Mateo 8, 5-17

Hace casi veinte años que entré en el seminario. Eran épocas difíciles, en que no se explicaba de forma excesivamente clara la doctrina, se ponía en duda la identidad del sacerdote y la jerarquía de la Iglesia. Todo esto se vivía en un clima de aparente normalidad. Se podía decir cualquier burrada y esperar el aplauso de los oyentes. Pero la lógica tiene sus propios caminos. Me acuerdo de una reunión de más de dos horas para decidir si tener una foto del Papa y del Obispo en el mismo salón (del seminario), era demasiado clericalismo. Tal vez quisieran tener una foto de Bo Dereck. La doctrina del Papa se ponía en entredicho ante cualquier declaración de un teólogo de medio pelo. La relación con el Obispo era de confrontación y sospecha ante todas sus decisiones. Pero claro, la cosa no podía parar ahí. Si ni el Papa ni el Obispo tenían razón, no podía el rector o los formadores del seminario ser criterios de autoridad. Así que en ese ambiente que se llamaba de libertad responsable, se produjo el caos. Se pensaba que era un ambiente sano, pero estaba enfermo de raíz. Algo parecido pasa ahora en España. Cuando se desprecia la vida, la familia, a los más pequeños, no nos puede extrañar que se desprecie la misma idea de patria y, por más que se repita que vivimos en un ambiente de libertad, se vive en una sociedad radicalmente enferma.

“Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.” Este resumen de la vida de Cristo que anunciaba Isaías, tiene una condición. Reconocer que se está enfermo. Si ante una dolencia no acudimos al médico, lo más seguro es que muramos, aunque no sepamos de qué. Muchas veces nos pasa algo parecido. El chico o la chica que no viven la castidad, o que se encierran en el consumismo o en la insinceridad, descubre de pronto que le cuesta mucho acercarse a Dios, le parece casi imposible. Ha matado su vida espiritual y no sabe por qué, aunque en algunos ambientes le digan que ahora es realmente libre y feliz.

“Inmensa como el mar es tu desgracia: ¿quién podrá curarte? Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas; y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte, sino que te anunciaban visiones falsas y seductoras. Grita con toda el alma al Señor, laméntate, Sión; derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche; no te concedas reposo, no descansen tus ojos.” Nos pueden ofrecer miles de caminos distintos, intentar convencernos de que no estamos hechos para Dios e incluso de que Dios no existe. Pero el único camino para salir de esa desgracia es volverse hacia Dios, reconocer la enfermedad de nuestra alma, y llorar nuestros pecados.

Entonces no tengas duda de que Dios te escuchará. Sanará tus heridas aunque parezcan mortales, llegará hasta resucitar a los muertos, a aquello que creías que habías perdido para siempre. Y encontrarás, de nuevo, la alegría. Hay demonios que sólo se pueden expulsar con la oración y la penitencia. Y esos demonios campean por el mundo libremente mientras sigamos despreciando la penitencia y la oración. Puede parecer que han ganado la guerra, pero Cristo los ha vencido, lo repito: “Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.”

Mira a la Virgen en tu oración. El mundo mirará tus heridas con asco, María las mira con misericordia, con cariño pues saben descubrir al hijo de Dios que se esconde tras esas llagas. No tengas miedo a abrir las miserias de tu corazón ante María, ella te acompañará a Cristo que cargará con ellas, te sanará y serás feliz.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid