San Mateo 16, 13-19:
La lógica de Dios con los hombres

Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

 

Hechos de los apóstoles 12, 1-11; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 ; san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18; san Mateo 16, 13-19

Fiesta hoy muy grande la que nos presenta la Iglesia: San Pedro, el primer Papa, elegido por Jesucristo; y el Apóstol de las gentes, San Pablo, el primero que inició la expansión fuera de Jerusalén de la Palabra de Dios.

Quizá es interesante y nos animará a muchos un aspecto de la vida de San Pedro, en el que nos podemos fijar hoy. Nos parece a todos normal que San Pedro haya sido el primer Papa de la Iglesia, pues Jesucristo lo eligió y, por tanto, podríamos decir, no hay más que hablar y nos parece a todos muy bien.

Pero aquí pasa como, por ejemplo, con el nacimiento del Señor: nace en Belén, en una cueva, junto a un buey y una mula, de una madre humilde y de un padre también de profesión nada rimbombante. Pero, tanto en este caso, que ha sido muchas más veces comentado por los Santos Padres de la Iglesia, como en este de San Pedro, vemos como natural lo que, quizás no lo es tanto.

San Pedro. Es verdad que tiene mucho corazón, pero con “muchos defectos”: cuando estando en la barca y unas enormes olas la cubrían y el viento era impetuoso, es San Pedro quien, lleno de miedo, le dice al Señor: “Señor, ayúdanos que perecemos”. Es San Pedro, quien después de que el Señor dice que “conviene que yo sea crucificado y despreciado por los sumos sacerdotes”, se le acerca y le dice que no, que él no va a consentir eso, lo que le lleva al Señor a tener que reprenderle de un modo fortísimo: “apártate de mí Satanás” le dice. Es San Pedro el que en una ocasión en que el Maestro viene hacia ellos andando sobre el mar, le pide: “Señor manda que vaya hacia ti”, pero al ver que después de unos pasos, se hunde, le entra un miedo y grita: “¡Señor, que me hundo! Y el Señor, le tendrá que volver a reñir de nuevo, ya en la barca, por su falta de fe.

Y es también Pedro quien con un orgullo que dejaría a los demás apóstoles (imaginamos) algo enfadados, dice: “Señor, aunque todos te abandonasen, yo no te dejaré”; cosa que le lleva a decir al Señor que “antes de que cante el gallo me habrás negado tres veces”.

Y, finalmente, en este recuento de “intervenciones” de San Pedro con el Señor, nadie duda de que la más trágica y la más conocida por todos nosotros es la que, efectivamente, ya le había anunciado el Señor y que nosotros acabamos de recordar: las conocidas con el nombre de “las negaciones de San Pedro”.

Negaciones en las que, como todos conocemos, él incurre cuando, lleno de miedo, niega que conoce a Jesús, ante las preguntas insistentes de una mujer calentándose en un fuego a las puertas de donde están juzgando al Señor: “Juro que no le conozco”, llega a decir. Y, entonces, cantó el gallo y se acordó de lo que el Señor le había dicho. Luego, sigue el Evangelio diciendo que, San Pedro, al darse cuenta de todo esto: “lloró amargamente”

Volvemos ahora a lo que decíamos al principio de que, aunque nos parece normal que haya sido elegido San Pedro como primer Papa, quizás tendremos que reconocer después de recordar todos estos “errores”, que no deja de ser para nosotros una lección maravillosa la que nos da el Señor. Lección que podríamos resumir así: Es verdad, repito, es verdad que por muy grandes que sean nuestros pecados, por muchos que sean nuestros errores, si de verdad estamos arrepentidos, el Señor nos perdona; el Señor no tiene en cuenta, cuando pedimos perdón por cosas malas que hayamos hecho, los errores y pecados. Es más, no nos “castiga”, como podría haber hecho con San Pedro: podría haberlo “quitado” de Papa, al ver que cometía tantos errores. No: le perdona y le sigue poniendo al frente de su Iglesia y, al final, llega Pedro, a ser santo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid