San Mateo 8, 28-34:
Cada uno en su sitio

Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

 

Amos 5, 14-15. 21-24; Sal 49, 7. 8-9. 10-11. 12-13. 16bc-17; san Mateo 8, 28-34

Al comenzar este comentario no puedo sino recordar a las víctimas mortales, heridos y familiares del accidente del metro de Valencia, y pedir a Dios por ellos. Siempre parece mentira cómo la vida se trunca de repente. Muchas veces la muerte no avisa, no sabemos cuál será nuestra próxima parada.

“Buscad el bien y no el mal, y viviréis, y así estará con vosotros el Señor Dios de los ejércitos, como deseáis. Odiad el mal, amad el bien, defended la justicia en el tribunal. Quizá se apiade el Señor, Dios de los ejércitos, del resto de José.” Es algo claro, quien es de Dios hará las obras de Dios (el bien, la justicia,…), y evitará las obras que no son de Dios. “No se puede servir a dos señores,” avisa claramente el Señor en el Evangelio, “pues servirá a uno y odiará a otro.” Tristemente los cristianos, como consecuencia del pecado, no tenemos la claridad para distinguir el bien del mal, dudamos y nos equivocamos. Pero también sabemos que si procuramos tener una conciencia rectamente formada, lo habitual es que sepamos descubrir las obras de Dios.

El hombre ha sido creado para Dios y, hacer las obras de Dios es su sitio. A veces nos quieren hace pensar que la virtud es incómoda, es hacerse violencia e incluso deshumanizarse. “Yo hago lo que quiero,” dice a menudo para justificarse el pecador, y no se da cuenta de que así se destroza a sí mismo. Cómo no comparar la frase de San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti,” y la frase de los demonios del Evangelio de hoy: “Si nos echas, mándanos a la piara.” Así está cada uno en su sitio.

El bien y la justicia llenan de paz, de descanso del alma. Permite tener metas altas, descubrir la grandeza del hombre y la posibilidad de redención de cualquier persona, que vale toda la sangre de Cristo. Tal vez se sufra al descubrir el mal en el mundo, o que no se hace todo el bien posible y sigue habiendo injusticias, pero confía en Dios para no cansarse nunca de hacer el bien.

Los demonios nos ponen de mal humor, empequeñecen nuestro mundo y nuestras metas. Nos encierran en el egoísmo y nos distancian de los demás. Nos hacen medir el mundo y las circunstancias desde y para nosotros, dejándonos al final solos. Dentro del hombre están incómodos, pues saben que el hombre es querido por Dios, pero prefieren hacer daño, aunque les incomode, para que todos sean desgraciados.

Visto así de claro ¿por qué tantas veces elegimos el mal y no hacemos las obras de Dios? Tal vez sea porque no estamos en nuestro sitio, porque poco a poco nos vamos “descolocando” y acabamos al lado de los cerdos. Cuando los santos han descubierto a Cristo, ya no han tenido dudas respecto a su obrar y su actuar. Cuando tú y yo nos aferremos a Cristo, entonces expulsará de nosotros nuestros egoísmos, avaricias, competencias y desprecios y el Espíritu Santo nos hará ver claramente lo que tenemos que hacer.

La Virgen nunca tuvo esa ofuscación en su juicio, Sabe distinguir perfectamente lo que es de Dios y, aunque le complique la vida, se abraza a la voluntad de Dios. Pidámosle a ella para que nos ayude a aferrarnos a lo bueno y despreciar lo malo.

Que la Virgen de los Desamparados acoja a todas las víctimas de Valencia y del mundo entero.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid