San Mateo 12, 1-8:
La regla moral

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Isaías 38, 1-6. 21-22. 7-8; Is 38, 10. 11. 12abcd. 16 ; san Mateo 12, 1-8

El moralismo consiste en no tratar las cosas de forma debida. Por eso se absolutizan algunos comportamientos ignorando la realidad de las cosas y del corazón del hombre. La verdadera moral lleva a disfrutar de las cosas con plenitud. Ello supone también el orden. Explicar esto no es nada fácil porque puede interpretarse que cualquier comportamiento es bueno. Nada más lejano a la realidad. Hay algunos ejemplos parecidos a la situación que Jesús vive en el Evangelio.

San Vicente de Paúl decía a las Hijas de la Caridad que si estando en oración era necesario llevar medicamentos a un pobre no tuvieran escrúpulos y lo hicieran. Obviamente el santo no estaba contra la oración en la que, por otra parte, insistía mucho.

Un prior de una cartuja, en la que la austeridad es característica y nunca tomas nada fuera de horas, recibió un día a un personaje. Le invitó a tomar algo y lo acompañó porque, en ese caso, la caridad estaba por encima de sus ayunos.

Así hay miles de ejemplos. Pero exponerlos todos tampoco solucionaría nada porque no siempre son imitables. De hecho no existe un vademécum para acertar en todas las situaciones. Existe algo más grande: el Espíritu Santo.

En el Evangelio aparecen esos personajes de mente estrecha que son los fariseos. Su moralismo era consecuencia de muchas cosas, entre otras del miedo a la libertad. Preferían regularlo todo a vivir continuamente en la presencia de Dios. Así, en lugar de atender a lo que Dios quería podían mirar la regla. Pero, a veces, la regla medía mal. Tal es el caso con que hoy nos encontramos. Si los apóstoles tenían hambre es lógico que comieran. Decir, como argumentan los fariseos, que eso es cosechar y que no puede hacerse en sábado, es una estupidez. Pero es también el síntoma de una conciencia empequeñecida por el peso de la ley.

A mí me encanta que existan normas y leyes. Por nada prescindiría de ellas. Un mundo sin ley sería un desastre y un hombre sin normas se convierte en un espectro. Obedecer es de lo más grande porque significa reconocer que dependemos de Dios y eso es fantástico. Precisamente si Dios nos envía el Espíritu Santo es para que con mayor facilidad acertemos a hacer lo que toca. Con Él podemos traspasar los límites de la ley, porque somos movidos por el mismo que ha hecho la ley. No se dispensa nada, sino que se aprende a tratar mejor las cosas y a ser felices en la práctica del bien.

Quizás a aquellos fariseos que murmuraban se les estaba haciendo la boca agua. En cualquier caso seguro que estaban secos por dentro Y esa sequedad, para el hombre, es la muerte del alma.

Nos cuesta la ley porque no somos capaces de cumplirla y nos cuesta cumplirla porque olvidamos que somos hijos de Dios. Que María nos recuerde nuestra condición de bautizados y nos enseñe a invocar al Espíritu Santo, auténtico guía de la vida interior.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid