San Juan 20, 1. 11-18:
La apóstola de los Apóstoles

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Cantar de los cantares 3, 1-4a; Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 8-9; san Juan 20, 1. 11-18

Así la definió Juan Pablo II. Se trata de María Magdalena, personaje entrañable del evangelio y que algunos intentan utilizar hoy en contra del mismo Jesucristo. Obras como El Código da Vinci, y bodrios semejantes han desfigurado a esta fantástica mujer del evangelio que fue la primera en reconocer a Jesús resucitado. Hoy es su fiesta y, por tanto, motivo de alegría para todos.

En el Evangelio se nos muestra el temple de esta mujer. Dice san Gregorio Magno comentando este texto: “Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí”. En efecto, la Magdalena, aunque con lágrimas, persevera junto al lugar donde han enterrado al Señor. Su amor es muy grande, lo mismo que el deseo de su corazón. Como dicen los padres de la Iglesia, cuando cuidamos el deseo de nuestro corazón Dios nos acaba premiando. A veces no nos encontramos lo que buscamos en seguida y nos desanimamos. María Magdalena nos enseña a perseverar en lo que queremos. A llorar por lo que nos falta y a buscar sin descanso. Por eso cuando descubre a ese hombre en el jardín y lo confunde con el hortelano dice: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. No se cansa en su indagación ni se echa atrás ante las primeras dificultades. Por eso dice también san Gregorio que “todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de ese amor”.

La fortaleza es una virtud importante. Junto a ella, la perseverancia, la tenacidad, la constancia forman una constelación que nos ayuda en nuestra vida cristiana. Sin ellas fácilmente se pierde la esperanza. Ahora bien, como enseña san Gregorio, son auténticas cuando van conducidas por la caridad. El amor es la verdadera fuerza del hombre. Por ello, aunque es bueno saber comprender nuestras debilidades y las del prójimo no está de más que nos interroguemos sobre nuestro amor a Dios. A veces no dejamos de hacer las cosas simplemente por falta de fuerzas, sino porque nos falla el verdadero amor. Entonces cualquier excusa parece suficiente para cejar en el empeño.

Porque María Magdalena fue fiel a su Señor en los momentos de prueba se le concedió ser la que anunciara la alegría de la resurrección. Otra gran lección cuando nosotros queremos saltarnos pasos y obtener éxitos sin ser probados en la constancia. No me cuesta imaginar la alegría desbordante con que María Magdalena se dirigiría a los discípulos de Jesús. Ella que había llorado, ahora sabía que el Señor estaba vivo En ella se cumplieron aquellas palabras del salmo: “los que sembraban entre lágrimas ahora recogen entre cantares”.

Pidámosle a la Virgen María que encienda en nuestros corazones el fuego del amor a Jesucristo para que así podamos anunciar su resurrección con nuestra vida.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid