San Mateo 19, 3-12:
Mi ignorancia

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Josué 24, 1-13 ; Sal 135, 1-3. 16-18. 21-22 y 24; san Mateo 19, 3-12

Estaba dedicando esta semana a los santos y santas que celebramos. Tras escribir sobre el amor a la Palabra de Santo Domingo, el expolio que hizo de sí misma Edith Stein, la ardiente caridad de San Lorenzo y la luminosa pobreza de Santa Clara, me encuentro hoy con que no sabía nada de Santa Juana Francisca de Chantal. Confieso mi ignorancia. Así que recurrí a “Google” (lo sabe todo este tipejo), y me informé.
Santa Juana no es una mujer de milagros espectaculares, ni su vida transcurre entre situaciones especiales. No tuvo (que sepamos Google y yo), revelaciones, transverberaciones, locuciones divinas ni bilocaciones. Fue una mujer, ama de casa, amante esposa, buena madre y educadora de sus seis hijos. Ya viuda, se entrega -una vez criados sus hijos-, a cooperar con su director espiritual: San Francisco de Sales, y funda las religiosas de la Visitación. No es una vida espectacular, como no creo que lo sea la tuya y la mía, a los ojos del mundo; pero es una vida enamorada de Jesucristo y dócil al Espíritu Santo. ¡Lo que puede cambiar el mundo una vida fiel!
“¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?” Se ve que la fidelidad en el matrimonio siempre ha sido problemática. El matrimonio sin duda no es fácil: “No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don,” pero no por su dificultad podemos despreciarlo. Despreciar el matrimonio, parece una frase muy fuerte, casi nadie respondería afirmativamente si le preguntamos: ¿Tú desprecias el matrimonio?. Hemos visto el ejemplo de nuestros padres, o de nuestros abuelos, o de matrimonios de esos que “se notan que se quieren” y, con todas sus dificultades, respiran felicidad. Sin embargo, valorando tanto el matrimonio, lo despreciamos. Muchas veces hemos “tirado la toalla,” y no nos llaman la atención los divorcios, las separaciones, los malos tratos o las infidelidades. Es como si el “don de Dios” hubiera sido ya tan vapuleado por el egoísmo y el pecado en el “ring” de la vida y la sociedad, que lo consideramos un combate perdido. Si un boxeador peso mosca se enfrenta con un peso pesado procurará quedarse K.O. al primer golpecillo ¿Para qué aguantar más?. Me está saliendo un comentario de boxeo y eso que no he visto un combate entero en mi vida. Algo parecido pasa con el matrimonio. Vive acomplejado por la cantidad de pecado y de egoísmo que hay en el mundo y se siente inferior. Los padres creen que su ejemplo de fidelidad no valdrá para nada, los esposos no confían en la gracia de estado que les da el don recibido, y ante la primera dificultad se retiran del combate.
¿Qué hizo Santa Juana?. Buscó, y encontró, un director espiritual que le ayudase. Tener director espiritual puede parecer algo extraño. Los sacerdotes no nos hemos prestado a ello en nombre de no “manipular conciencias,” (en realidad en nombre de la comodidad y la pereza), y hemos dejado que dirijan las conciencias el último titular del periódico, el comentario chismoso de los amigos, la peluquería y nuestra querida televisión. Siguiendo con el boxeo sería como si nuestro entrenador apostase en contra nuestra.
Es verdad que podemos temer que el director espiritual (llámalo asesor, acompañante o como te dé la gana) nos exija, nos diga lo que hacemos mal. Eso a nadie nos gusta. Preferimos asesorarnos a nosotros mismos. Si nos hemos ganado un tortazo es seguro que prefiramos dárnoslo nosotros mismos, que por muy fuerte que nos demos no nos haremos daño. Sin embargo, el director espiritual no es el que se dedica a criticarte (de eso se encargan otros), sino que intentará descubrir contigo las raíces del pecado (que suelen estar ocultas y poco tienen que ver con los frutos que se ven), procurará mostrarte la belleza de la vida cristiana y lo que antes era caminar por un árido desierto se convertirá en “ciudades que no habíais construido, y en las que ahora vivís, viñedos y olivares que no habíais plantado, y de los que ahora coméis.”
Nada sabía de Santa Juana. Poco sé de tantos y tantos matrimonios que intentan vivir su matrimonio con fidelidad y alegría y que parece que no luce nada. Algo sé de aquellos que me abren su vida para ponerla ante Dios y, normalmente, me enseñan tanto de cómo amar a Dios. No tengáis miedo los matrimonios cristianos (mucho menos los sacerdotes y religiosas), a tener director espiritual, a no tirar la toalla ante las dificultades, a tener la certeza de que el don de Dios en el matrimonio es mucho más grande que todas las tentaciones del mundo y, con ayuda, se superan todas.
No será una vida espectacular, como no lo fue la de la Virgen María, pero será una vida gozosa y una eternidad maravillosa.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid