San Lucas 1, 39-56:
El grabado

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Apocalipsis 11, l9a; 12, 1. 3-6a. l0ab ; Sal 44, l0bc. 11-12ab. 16 ; san Pablo a los Corintios 15, 20-27a; san Lucas 1, 39-56

¡Qué bien sienta irse unos días fuera de la parroquia!. Claro que a la vuelta me he encontrado con que son los parroquianos los que se han ido lejos de mí. ¡Qué poquitos quedamos en Madrid en agosto! (aunque hoy me he metido en un atasco de tráfico, por aquello de la “morriña”).
En una habitación de la casa en que he estado estos días había un cuadro con la copia de un grabado que se titulaba: “El dulce sueño de Jesús en el regazo de María.” El niño Jesús estaba “regordete,” rollizo, bien criado por su madre y dormía plácidamente en su regazo, la cabeza apoyada en el seno de María, un brazo le colgaba despreocupadamente hacia el suelo y la mano de la Virgen le sujetaba con delicadeza pero firmemente, para que no se deslizase hasta el suelo. Ante ese cuadro solía rezar las tradicionales “tres avemarías de la pureza” (“y de la fidelidad” me gusta añadir): con sólo ver el sueño plácido del niño-Dios te entraba sueño.
Pero, a lo nuestro. Hoy es la víspera de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. “David congregó a todos los israelitas, para trasladar el arca del Señor al lugar que le había preparado.” Poco podía sospechar David que el lugar que el Señor había elegido eran los brazo de una pobre doncella de Nazaret, fidelísima a la Palabra de Dios y amantísima de su voluntad. ¿La tienda del encuentro? Olvidada tras la construcción del grandioso templo de Jerusalén. ¿El templo de Jerusalén? Destruido varias veces y no quedó “piedra sobre piedra.” ¿María? Elevada en cuerpo y alma a los cielos y sigue sujetando en sus brazos el cuerpo de su Hijo: a la Iglesia, a ti y a mí.
Cuando procuramos vivir en Gracia de Dios, como los que “escuchan la palabra de Dios y la cumplen,” nos coge en sus brazos como cogía al regordete niño del grabado mientras sujeta nuestra vida en su regazo. Con su mano delicada y firme impide que caigamos y regala nuestros oídos con una canción de cuna que canta las maravillas de Dios.
Cuando, por desgracia, nos hemos alejado de Dios, cuando hemos pecado (mucho o poco ¿qué más le da a la misericordia de Dios?), seguimos en los brazos de la madre que nos pone sobre su regazo como puso a su Hijo cuando descendió de la cruz. Acariciará nuestras heridas, le seguiremos pareciendo “los más guapos del mundo” aunque hayamos deformado nuestra cara y no tenga “aspecto ni apariencia.” Nos seguirá sujetando, firme pero dulcemente, en sus brazos y aunque nosotros nos creamos muertos (“el aguijón de la muerte es el pecado”) ella sabe que sólo tenemos un sueño inquieto y, en cuanto recurramos a la misericordia de Dios, volveremos a despertar como niños pequeños en manos de su madre.
¿Te lo quieres perder? ¿Prefieres seguir durmiendo entre zarzas o en brazos de tu Madre? Trátala con confianza, cada día más y llegará ese momento anhelado: cuando despiertes del sueño de la muerte te encontrarás en su regazo, verás cara a cara a Cristo y le dirás a voz en grito: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.”

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid