San Lucas 1, 39-56:
En cuerpo y alma

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Apocalipsis 11, l9a; 12, 1. 3-6a. l0ab ; Sal 44, l0bc. 11-12ab. 16 ; san Pablo a los Corintios 15, 20-27a; san Lucas 1, 39-56

¡“La Virgen de Agosto,” así se llama en muchos pueblos y lugares este día de la Asunción. La verdad es que agosto está plagadito de fiestas de nuestra Madre, pero ésta parece especial: La Virgen es elevada en cuerpo y alma a los cielos sin conocer la corrupción del sepulcro como anticipo de lo que la Iglesia y cada uno de nosotros está llamado a ser el día de la resurrección universal.
Una idea a la que estoy dando vueltas estos días aparece en el documento a los obispos de la Iglesia Católica “sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo” que ha publicado este verano la “Congregación para la Doctrina de la Fe” (vale, “ex Santo Oficio” para algunos, que me imagino seguirán llamando al helicóptero “autogiro” porque, si no, parece que no se enteran).
En ese documento se dice: “Hace falta romper, pues, esa lógica del pecado y buscar una salida, que permita eliminarla del corazón del hombre pecador.” (término de la cita). Muchas veces miramos, medimos y valoramos nuestra vida desde la óptica del pecado: Somos pecadores y para ser santos hace falta –más o menos-, violentar nuestra naturaleza. Así los sinceros, los piadosos, los castos, los sufridos, los generosos, los honrados, los que aman la pobreza, etc., se convierten en “los raros.” Y, claro está, ¡nadie quiere ser raro!.
Ciertamente sería absurdo negar la existencia del pecado, pero en la Virgen Dios nos demuestra quiénes somos realmente, a qué estamos llamados. Lo “raro” es el pecado, nace del príncipe de la mentira y es por tanto, radicalmente falso, una ilusión. Por mucho que abunde, por mucho que nos rodee o nos oprima: ¡es una mentira!.
Muchas veces se dice: “El adolescente no puede ser casto.” ¡Falso!, el adolescente adolecerá (por algo se llaman así) de saber quién es -y para muchos pasan años y años y ni se lo plantean-, pero si descubre que es hijo de Dios por el bautismo, que su cuerpo es “templo del Espíritu Santo,” que está llamado a expresar con su cuerpo el amor a la persona amada y valora su sexualidad como transmisora de vida fruto de la entrega consciente y responsable y considera su cuerpo como lugar privilegiado de relación con los demás y con Dios…, entonces ese adolescente será casto. Y no es tan difícil de entender, así hemos sido creados por Dios, salimos de sus manos y estamos llamados a volver a él, como María.
Ahora, si el adolescente se considera una máquina productora de fluidos que tiene que desalojar sin fijarse ni dónde ni cuándo, llamado a relacionarse con alguien sólo cuando pueda obtener alguna ventaja, los hijos los considerará un gasto, la fidelidad una carencia y a Dios como a un extraño ser espiritual,” entonces, ese aprendiz de joven sí que es raro.
Igualmente le pasa al empresario que cree que no se puede ser honrado, al vendedor que piensa que no se puede ser sincero, al egoísta que se cree que no se puede ser piadoso, al hombre de fortuna que piensa que no podrá vivir la pobreza.
Santa María es la prueba palpable de quienes realmente somos, lo otro: ¡Mentira!. Pero si alguna vez te dejas engañar y vives en mundo de ilusión busca la misericordia entrañable, palpable y real que brota del costado de Cristo y se entrega en el sacramento de la confesión y, recuperada tu identidad, “salta de gozo” y repite despacio: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; …”

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid