San Mateo 24, 42-51:
Mis dos armas secretas

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

1Tes 3, 7-13; Sal 89; Mt 24, 42-51

“Hermanos, en medio de todos nuestros aprietos y luchas, vosotros, con vuestra fe, nos animáis; ahora nos sentimos vivir, sabiendo que os mantenéis fieles al Señor”.

Tengo una buena colección de motivos para esos momentos en que el camino se vuelve empinado. Por desconcertante que pueda parecer, cuando el horizonte se nubla, cuando me siento sin fuerzas, pensar en Dios no me sirve absolutamente para nada. En esos momentos, tiene más peso en mi alma el sonido de una fuente que al borde del camino me invita a descansar que todas las certezas espirituales adquiridas en años de oración… No te asustes; sé que te sucede lo mismo que a mí. Y es que, cuando, como Pablo, nos vemos envueltos en “aprietos y luchas”, el Cielo parece quedar muy lejos, mientras la tierra se muestra extraordinariamente cerca. En esos instantes -sé listo- hay que luchar con armas terrenas. Por duro que pueda resultar, el pensamiento de que el pecado supone crucificar a Cristo rara vez ha evitado una traición.

Para combatir con tierra a la tierra, te ayudará mirar al Crucifijo, coger en tus manos una imagen de María… Pero no te asombre si, de cuando en cuando, ni siquiera en esto encuentras fuerzas… A mí también me ocurre. Y, llegado ese momento, dispongo de dos armas secretas: la primera de ellas es la agenda. Me ha salvado muchas veces, y me ha impulsado a seguir adelante cuando humanamente parecía imposible dar un paso más.

Me bastó con abrirla, y pensar en las personas que, ese día, tenían cita conmigo: personas concretas, con sufrimientos concretos e ilusiones concretas… Pura tierra, tierra sagrada. Pensando en ellos, tan cercanos, es fácil enamorarse de nuevo y decir: “¡Adelante! ¡No puedes presentarte ante ellos derrotado! ¡Merecen que estés en pie!”. Nunca me ha fallado. Te animo a que pruebes: cuando las cosas te cuesten, piensa en tus hijos, tu mujer, tu marido, tu novio… Pero, en otras ocasiones, puedes echar mano de mi segunda arma secreta, a la que hoy se refiere San Pablo. En momentos de gran oscuridad, muchas veces pienso en mis hermanos: sacerdotes amigos que se mantienen fieles, mi director espiritual, seglares que viven heroicamente su cristianismo (¡y conozco unos cuantos!), los santos… “¡Estos son los míos!”- he pensado- “Me gusta estar en este bando. Ellos pasan las mismas dificultades que yo, les cuesta tanto como a mí… ¡Y siguen adelante!”. ¡Qué cerca los siento en ese momento! Y ¡Cuánta fuerza recibo! Me parece entender el “ahora” que Pablo inserta en la frase que abre este comentario: hasta ese momento, se sentía desfallecer entre “aprietos y luchas”; pero, al traer a la mente el pensamiento de sus hermanos de Tesalónica, cuyos rostros conocía, fieles en medio de una sociedad pagana, Pablo se vino arriba. Hazlo tú también: nos hacemos mucha compañía.

Sé que la Virgen María sonríe ante mis dos armas secretas: habrá quien piense que con ellas dejo de lado a Jesús y a María: pero Ella sabe muy bien que lo que yo hago entonces es cogerlos a los dos por los pies.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid