San Lucas 1, 26-38:
Guias ciegos

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Isaías 9, 1-3. 5-6; Sal 112, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8; san Lucas 1, 26-38

He recordado al leer el evangelio de hoy las peculiares relaciones que unían al Lazarillo de Tormes con el ciego. Entre los dos hay una mutua dependencia y entre los dos hay también una pugna. Se necesitan, pero se pelean con frecuencia. Basta recordar aquella ocasión en que el ciego descubre que Lázaro se bebe su vino por un agujerito secreto practicado en la botija. En efecto, mientras comen y el ciego sentado sostiene el recipiente del vino entre las piernas, Lázaro se tumba en el suelo, quita un taponcillo de cera del fondo y bebe a sus anchas el vino que se le niega. Un día, el invidente, se da cuenta del truco y estrella con crueldad la vasija contra la cara del lazarillo. Pero las cosas no quedan así. Otro día, dice Lázaro al ciego que hay que saltar un charco, le hace coger carrerilla y dar un brinco con fuerza. La venganza está tomada; no había charco, y lo que espera al ciego tras su salto es una robusta columna en la que casi se rompe la crisma.
Mala cosa ser ciego de los ojos, es una desgracia. Pero es mayor desgracia ser ciego del alma. Hay gente que se cree que ve, hay gente que piensa que su vista funciona con precisión; y no, están ciegos porque no ven más que cosas. El que no ve más que cosas está ciego. Sí, hay una ceguera del alma. La ceguera del alma coincide a menudo con la avidez de los ojos.
“¡Ay de vosotros, guías ciegos!”, dice Jesús a los fariseos. Los que son padres, los que son maestros, los sacerdotes, los educadores no podemos ser ciegos. No podemos ver sólo con los ojos de la cara, tenemos que ver con los ojos del alma. “¡Ay de vosotros, guías ciegos!”, dice Jesús. Nuestra vida tiene que ser visiblemente cristiana, nuestra vida tiene que visualizarse como la de un apóstol, como la de un discípulo fiel de Cristo. Si un padre no es coherente con su fe ¿cómo va a pedir a sus hijos que no mientan o que estudien? Si un maestro no es un buen cristiano ¿cómo podrá mostrar el camino hacia la verdad? Si un sacerdote no es santo, así: santo; ¿dónde conducirá a los fieles que se le encomiendan?
Lázaro es, a veces, más ciego que su amo. Y el ciego, otras veces, es ciego de los ojos y del corazón. ¡Qué desdichado el que ha perdido la facultad de ver a Dios! ¡Qué ciego el que ya sólo ve cosas! Cuando se deja de ver a Dios, se empieza a ver a uno mismo y otras cosas igual de espantosas. Cuando no se ve a Dios, se pierde capacidad para ver lo hermoso y lo bueno y lo verdadero. Cuando no se quiere ver a Dios, se ven monstruos.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid