San Mateo 23, 23-26:
El “cumplo y miento”

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

san Pablo a los Tesalonicenses 2, 1-8; Sal 138, 1-3. 4-6 ; san Mateo 23, 23-26

Continúa hoy la invectiva de Jesucristo contra los escribas y fariseos. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello”. Si leemos con atención el pasaje veremos que hoy Nuestro Señor alaba a los escribas y fariseos su celoso cumplimiento de la ley. No dice que no haya que cumplir las prescripciones de la ley. Los fariseos eran, de entre todas las sectas de la época de Cristo, la más correcta, los más cercanos a la verdad.
Pero diréis “esa alabanza no la quiero yo”, y tenéis razón. La alabanza está tan escondida entre los reproches que apenas es visible. Tenemos que ser personas cumplidoras. Tenemos que ser personas que sacan adelante sus compromisos con responsabilidad. Nuestro trabajo exige un cumplimiento riguroso de obligaciones y nuestra fe la integran una serie de preceptos cuya desobediencia ofende al Creador. La sociedad está llena de pequeñas normas que mandan o prohíben. Se nos prohíbe circular a cierta velocidad, se nos manda presentar una declaración veraz de nuestra renta. Se nos manda asistir a una reunión y se nos prohíbe abandonar el trabajo antes de las 7. Y también en la Iglesia se nos manda ir a Misa los domingos y se nos prohíbe recrearnos con pensamientos obscenos.
Un buen cristiano es el que cumple sus obligaciones de ciudadano, de padre, de esposo, de empleado, etc. Pero… ¿se trata sólo de eso? ¿Se trata sólo de cumplir? Ay de vosotros escribas y fariseos que cumplís todos los preceptos y os olvidáis de amar. El primer mandamiento es amar. Si se pierde el sentido de lo que se hace, las cosas que hacemos carecerán de sentido. Los mandatos, los preceptos son una ayuda para los momentos en que el amor está bajo. A quien ama tiernamente a su esposa no hay que decirle que no la maltrate. A quien está enamorado de Dios no hay que recordarle que vaya a Misa el domingo, va sin que se lo manden. Los mandatos, los preceptos son una ayuda para que conozcamos las exigencias mínimas del amor.
Pero no debemos perder el amor, no debemos dejar que se enfríe la caridad. Sin él, sin ella, nuestra vida se reduce al cumplimiento frío y mecánico de unas obligaciones, y nos hacemos merecedores del reproche de Cristo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!”.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid