San Mateo 1, 18-23:
En el momento de la contradicción

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Miqueas 5, 1-4a; Sal 12, 6ab. 6cd ; san Mateo 1, 18-23

“Porque yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio”. Quizás muchos no encuentren motivos para estar alegres, sobre todo si tenemos en cuenta tantos acontecimientos (nacionales e internacionales), que nos ensombrecen con sus funestas noticias. Pero hoy, por ejemplo, estuve charlando con una religiosa que está pasando “lo suyo” con una serie de calamidades físicas, y me mostró un talante que me ha admirado. Es una persona activa, y dedicada en cuerpo y alma a servir a la Iglesia. Sin esperarlo, ha sufrido unos percances que le obligarán a someterse a alguna operación quirúrgica que, además, le impedirá trabajar durante un tiempo y con la naturalidad acostumbrada, en sus actividades cotidianas. Me decía que una de las cosas que observa su institución religiosa es la de ver la enfermedad como un don de Dios. Un regalo, en definitiva, donde no sólo se actúe con resignación, sino con espíritu de agradecimiento por unirse más “realmente” a Cristo. Y me pregunto, ¿cómo explicamos esto a los que no tienen fe?

Unirse a la Pasión de Jesús no es solamente leer los Evangelios con devoción y piedad, llorando por lo que sufrió el Señor. Cuando llega el momento de la contradicción (un cambio de planes, una enfermedad, la muerte de un ser querido…), es entonces cuando hacemos “carne de nuestra carne” la vida de Cristo en la nuestra. Más allá de soportar las cosas, está el buscar con “ansia” cómo Dios se manifiesta plenamente en mi vida. ¡Qué fácil cuando el dolor es ajeno (un consuelo, una palmadita… o “te encomendaré en mis oraciones”), y qué angustia cuando nos toca a nosotros (“¿qué he hecho para que me suceda a mí?”)!

Los discursos dejan paso a los sentimientos más profundos. Hoy también me ha llamado una buena amiga de un instituto secular, diciéndome que acaba de fallecer su padre. Me decía que lloraba más por el cansancio (se sentía humanamente rota) de todos estos meses de haber estado luchando junto al sufrimiento callado de su padre (nunca se quejó, a pesar de su dolorosa enfermedad), y que tenía la plena confianza de que él se encontraba ya contemplando con alegría el rostro de Dios… Los dos últimos días su padre le hablaba del Cielo, y de las ganas que tenía de encontrarse con la Virgen. Esto es vivir el cristianismo con heroísmo. No son certezas matemáticas las que están en juego, se trata de la vida personal de cada uno, y de lo que hay verdaderamente en juego: nuestra salvación y la de los demás.

“Él salvará a su pueblo de los pecados”. Ésta fue la explicación que recibió san José acerca del hijo que esperaba María. Sonrío al pensar en la cantidad de promesas que recibimos todos los días, a través de la televisión, la radio o la prensa, y que nos auguran un incremento de felicidad o un mayor bienestar. Y después, ¿qué? Dios fue preparando a lo largo de los siglos la venida de Cristo. Fue anunciada por profetas y reyes durante generaciones y, a pesar de ello, el recibimiento que obtuvo, por parte de los hombres, fue la muerte de niños inocentes en Belén. José tuvo que llevarse a la Virgen y al Niño a Egipto para huir de la persecución de Herodes, vivieron durante años en silencio… y, una vez que Jesús anunció en qué consistía su misión, buscaron la manera de llevarlo a la muerte lo antes posible. Sin embargo, a pesar de los continuos obstáculos de los hombres, Dios sí que sigue cumpliendo sus promesas hasta el final.

Acudimos a la Virgen para confiarnos plenamente a ella, sabiendo que cualquier contradicción que tengamos, por pequeña que sea, pasará por su manos de madre… y tendremos paz en nuestros corazones.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid