San Lucas 6, 1-5:
La santidad y el sentido común

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

san Pablo a los Corintios 4, 6b-15 ; Sal 144, 17-18. 19-20. 21 ; san Lucas 6, 1-5

El problema parece absurdo, pero para aquellos hombres no lo era. Según la interpretación usual de la ley mosaica el sábado no se podía realizar ningún trabajo. Era el día de descanso. Como los discípulos de Jesús arrancaban espigas y las frotaban, aquellos fariseos dijeron: “están trabajando; ¡Qué horror! Siegan y trillan”. Visto desde nuestro punto de vista casi da risa. Pero aquella mira estrecha de mirar nace de un concepto desviado de la religión. ¿Por qué habían llegado al punto de concretarlo tanto todo? ¿De dónde esa necesidad de estar pendientes siempre de qué hacen los demás para poder juzgarlos?
Quizás todo ello se debía a algo muy sencillo. Para poder garantizar su salvación necesitaban mantenerse en límites muy estrechos. Al mismo tiempo si podían condenar a los demás, por contraste, garantizaban la suya. La regla ya no era la voluntad de Dios sino ellos. Dicho sea de paso: eran los intérpretes de la ley y, seguramente, consideraban que incluso Dios estaba por debajo de ella. A mí esos personajes me dan mucha pena. Básicamente porque no ejercen su libertad sino que prefieren esclavizarla bajo sus categorías. Además, de lo que es un camino diseñado por el amor de Dios y construido para que nosotros podamos amar hacen un corsé insoportable que no hay quien aguante.
Este es un tema difícil de explicar. Algunas personas infieren de ello que toda ley es mala. No, lo que es malo es reducir la ley de Dios a nuestro esquema mental.
La experiencia indica que quienes inician una relación con Dios comprenden mejor el sentido de todos los preceptos y para nada necesitan suprimir ni mitigar ninguno de ellos. Ciertamente la ley de la que trata el Evangelio de este día era meramente ceremonial. Las más importantes son las morales. Pero incluso estas pueden no comprenderse si uno las separa de su relación con Dios. Entonces se cae en un legalismo.
Jesús, al declararse “señor del sábado”, nos indica que la ley procede de Él y que, por tanto, no podemos separarla, para ser verdaderos cumplidores, de su persona. Hay dos riesgos, que terminan en dos excesos. Por una parte hay quien se aferra a la letra y necesita que todo esté regulado para vivir en la seguridad. Por otra hay quienes en nombre de la libertad de espíritu, no quieren reconocer ningún precepto. En ambos casos nos encontramos con que el hombre se constituye en medida de sí mismo.
Por el contrario, Dios dio la ley a su pueblo porque establece una Alianza con Él. Lo hace para que Israel camine en su presencia. Es decir, para estar cerca de su pueblo y permitir que el hombre se encuentre cerca de Dios. Con la venida de Jesucristo la cosa cambia para mejor. La nueva ley es dada con el Espíritu Santo. Sólo Él es garante de su cumplimiento. Por el Espíritu Santo podemos vivir como hijos de Dios. De ahí que la moral es inseparable de la vida espiritual y de la relación personal con Jesucristo.
Pobres hombres los de evangelio que no sabían por qué estaban mandadas las cosas y que por ello incurrían en esos errores de bulto e interpretaciones ridículas.
Que la Virgen María, Madre de nuestro Señor, nos enseñe el cumplimiento preciso de la voluntad de Dios para que así, agradando en todo al Señor alcancemos la felicidad que deseamos.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid