San Lucas 7, 1-10:
Y viene

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

Corintios 11, 17-26. 33; Sal 39, 7-8a. 8b-9. 10. 17 ; san Lucas 7, 1-10

Hace unos días una catequista de las de “vieja escuela” (es decir, que a sus 70 años se cree moderna), presumía ante algunos de que el otro domingo no había venido a Misa porque no le apetecía. Se auto-alababa de su coherencia y de la profundidad de la vivencia de su fe. Me recordó, hace ya unos cuantos años, cuando un compañero del seminario dijo que no quería celebrar la Eucaristía pues había tenido una mala noticia y no tenía nada que celebrar. El Padre Jesuita que dirigía los ejercicios le amonestó: “Aquí no vienes a celebrar nada tuyo, vienes a celebrar a Jesucristo en la Iglesia, que hace suyas las buenas y malas noticias que tengas.”

“Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; y a mi criado: “Haz esto”, y lo hace.” Las palabras de este centurión, que han pasado a la liturgia diaria de la Misa antes de comulgar, son clarividentes. “Yo también vivo bajo disciplina.” No creo que se refiriese a que Jesús viviese bajo el mando romano, pero nos afirma la realidad de que Jesús vivía bajo la obediencia al Padre. Jesús, plenamente libre, el más libre que haya pisado esta tierra, vive en obediencia, no hace lo que le da la gana. Sin embargo nosotros, tantas veces, vivimos bajo el “me apetece,” “me gusta” o “quiero o no quiero.”

“Así, cuando os reunís en comunidad, os resulta imposible comer la cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comerse su propia cena y, mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los pobres? ¿Qué queréis que os diga? ¿Que os apruebe? En esto no os apruebo. Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido.” Ni San Pablo, que para mucho necio seudo-historiador y aprendiz de teólogo, es el que habría cambiado el mensaje de Jesús (¡Hay que ser ignorante!), afirma que la Eucaristía es, como todo su mensaje, algo que ha recibido y nadie puede manipular. Manipular la Eucaristía no sólo lo hace el sacerdote que, inconsciente de él, cambia las palabras de la liturgia. También puede manipular la Eucaristía el fiel que asiste por motivos bastardos, o el que se excusa con fútiles motivos, o el que quiere manipular a Dios y no ponerse a su servicio.

Hay tantas cosas que aprender de la Eucaristía que, por muchas que celebremos, siempre descubriremos algo nuevo. Toda una vida no bastaría que, a pesar de la indignidad de mis manos y mi boca, cuando digo “Esto es mi cuerpo,” el viene al altar. Sólo con meditar el “amén,” el “así es,” que, medio distraídos decimos cuando el sacerdote nos muestra la hostia consagrada y nos dice “El cuerpo de Cristo,” tendríamos para unos cuantos meses de oración.

La Virgen fue el primer Sagrario, ella entiende plenamente cada Misa que se celebra y nos acompaña en cada una, seguro que con una emoción indescriptible, sin ninguna rutina ni acostumbramiento. Piénsalo, cuando tanta gente dice que Dios está tan lejos no se da cuenta las miles de veces que, a lo largo y ancho de todo el planeta, Él viene.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid