San Lucas 7, 11-17:
Nuestro encuentro de todos los dias

Autor: Arquidiócesis  de Madrid   

 

san Pablo a Timoteo 3, 1-13 ; Sal 100, 1-2ab. 2cd-3ab. 5. 6 ; san Lucas 7, 11-17

La experiencia que muchos vivimos en Colonia este verano pasado aún sigue viva en nuestras retinas y en nuestro corazón. El encuentro de un millón de jóvenes con el Vicario de Cristo no es algo que pueda quedar en una mera anécdota. Son muchas las noticias que me llegan de conversiones, de jóvenes que han decidido entregarse al Señor de una manera más generosa… pues, ya desde entonces, Cristo no puede ser indiferente en nuestras vidas.

“Los que se hayan distinguido en el servicio progresarán y tendrán libertad para exponer la fe en Cristo Jesús”. El mandato de Jesús de ir al mundo entero a anunciar el Evangelio no es algo que pueda dejarnos con los brazos cruzados. Cuando Benedicto XVI hablaba de la Eucaristía, ante ese millón de jóvenes, tomando como símil la “fisión nuclear”, nos estaba dando el verdadero sentido de la transmisión de la fe. Esa realidad inconmensurable de Dios que se nos da bajo las apariencias del pan y del vino, son el desencadenante de una reacción en cadena que ha de contagiar al mundo entero. ¡No podemos decir que las cosas siguen igual! Cristo nos quema por dentro, y hemos de proclamarlo a los cuatro vientos. Sin embargo, es un fuego sereno y audaz al mismo tiempo. Una llama que nos reclama a vivir en tensión espiritual, pero que nos inunda de una gran paz… En definitiva, se tratan de esas paradojas del amor de Dios que, sin poderse explicar plenamente, nos transforman en “faros” de la luz de Cristo para guiar a tantas almas al remanso de las aguas de la verdadera alegría.

Una vez más, podemos argüir que el problema sigue siendo el “día a día”. Ese levantarnos por la mañana, ese salir de casa hacia el trabajo o la escuela, ese encuentro matutino con los compañeros que nos muestran sus rostros cansados, esa pereza para comenzar la tarea que exige nuestra responsabilidad cotidiana… Pero ante esto también encontramos respuesta, y es la misma que el Santo Padre nos dijo en Colonia. Nos habló de la auténtica revolución del cristianismo, y que no consistía en otra cosa, sino en “contemplar el rostro de Dios”… y hacerlo cada día. Bajo el lema “Vamos a adorarlo”, nos encaminamos hacia Colonia para encontrarnos con el rostro de Dios encarnado en su Hijo Jesucristo. Ese mismo niño, que se nos presenta como misterio en un Pesebre, es el mismo que contemplamos clavado en una Cruz. Recordaba Benedicto XVI, que ese crucificado podía producir escándalo a muchos, porque externamente era una “carnicería”. Sin embargo, adentrándonos en el interior de ese misterio sólo descubriríamos la infinita misericordia de Dios… ¡Este es nuestro encuentro de todos los días! En medio de la alegría, o de la tristeza, del sueño o de la actividad, en cualquier circunstancia, ese mismo Jesús nos espera para que reconozcamos su rostro, entregándonos a Él y a los demás.

“¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!”. Estas mismas palabras nos la dice Jesús a ti y a mí. Vuelvo a repetirte, no podemos permanecer indiferentes ante tanta gracia de Dios que se derrama en nuestras almas. Hemos de rescatar, sobre todo en nuestro interior, la única verdad que da razón a nuestra vida: ¡Dios nos ama hasta la locura!… Pídele a su Madre que el día de hoy sea un motivo más para encontrarte definitivamente con Él… y para siempre.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid