San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48:
La desatada urgencia del Espíritu
Autor: Arquidiócesis  de Madrid  

Números 11,25-29; Sal 18, 8. 10. 12-13. 14 ; Santiago 5, 1-6; san Marcos 9, 38-43. 45. 47-48

Cuando una gran empresa convoca una junta general ordinaria de accionistas, al anuncio de la convocatoria le preceden largas reuniones, cuidadosas planificaciones y previsiones minuciosas de cuanto en ella ha de tratarse y resolverse. Todo se realiza con una calculada frialdad, de modo que nada se escape de las manos de quienes controlan el negocio. Es necesario “ir por delante”. Hay, sin embargo, otro tipo de anuncios, los marcados por la urgencia de un estallido de gozo, de alarma, o de tristeza, en los que el hombre siempre va por detrás, cautivado por la alegría, el pánico, o el dolor ¿Os imagináis que, después de obtener la victoria en una final de fútbol, ante cien mil espectadores el equipo vencedor celebrara una junta ordinaria para decidir cómo celebrarlo, si lanzarse en piscinazo a la portería o dar la vuelta al campo con la copa en la mano, y, eligiendo cinco portavoces que levantaran los brazos, obligara a los demás a permanecer estáticos?

Podríamos poner más ejemplos: ante un incendio que se declara, ante la muerte de un ser querido y cercano, de nada valen planificaciones o técnicas: el hombre va por detrás, cautivado por la situación, y obediente a la urgencia del momento.

Se quejan los apóstoles de que haya quien predique el nombre de Cristo sin pertenecer al colegio apostólico; se queja Josué de que haya quien profetice sin haber sido instituido profeta. Y ni él ni ellos, cegados por su propia frialdad, se percatan de que están ante un Dios que estalla de urgencia. También nosotros nos reunimos, planificamos, programamos nuestro apostolado según criterios humanos, y no sé si hemos caído en la cuenta de que, detrás de nuestros cálculos, hay un Dios que, si no calla, revienta. La irrupción de Cristo resucitado, que rompe todos sus planes y, en lugar de esperar, como había anunciado, a aparecerse en Galilea, se presenta entre sus amigos, loco de alegría, en la misma Jerusalén, apenas resurgido del sepulcro, es lo menos parecido a una junta general de accionistas y lo más parecido a un triunfo arrollador y gozoso. Contemplar a Juan Bautista invitando a la penitencia recuerda más a una alarma de incendio que al hombre del tiempo…

“Mañana hablaré de Dios; cuando esté más formado, anunciaré a Jesucristo”… Y, mientras tanto, Dios se abrasa de alegría o de pena. Hoy quiero pedirle a la Virgen, para todos nosotros, el estallido de gozo del magnificat. Que nadie pueda callar. Que el nombre de su Hijo Jesucristo se proclame, gozosamente, por toda la tierra, en todas las lenguas, durante todas las edades, como un reventón de júbilo.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid