San Lucas 10, 38-42:
La impaciencia de Marta
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Pablo a los Gálatas 1, 13-24; Sal 138, 1-3. 13-14ab. l4c-15 ; san Lucas 10, 38-42

A mí Marta cada día me cae mejor. No me refiero a esa disputa intelectual que mantienen algunos sobre si la primacía es de la acción o de la contemplación. Hay respuestas para todos e incluso mixturas sugerentes tipo “contemplativos en la vida diaria”. Ese tema me trae al pairo como se dice. Yo sigo la enseñanza de Aristóteles para quien lo más propio del hombre es la contemplación. Me parece evidente y ahora no voy a discutir por qué.

El caso es que Marta me encanta por dos cosas. La primera porque mi vida se parece más a la de ella que la de su hermana María. La segunda es porque me parece que Marta intenta llamar la atención del Señor porque tiene un  deseo sincero de estar con Él. Veamos entonces por qué el Señor tiene que llamarle la atención.

Marta quiere servir a Jesús. De ahí que se disponga a prepararlo todo. Su trabajo tiene como finalidad acoger debidamente a un huésped muy querido. Es Marta quien lo recibe en su casa. María se beneficia de ese hecho, pero si el Señor está ahí es porque Marta le ha abierto la puerta y le ha dejado entrar.

Pero Marta, que tiene al Señor junto a sí, en seguida se pone a hacer otras cosas. Me encanta cómo está traducido este fragmento al castellano. Dice: “Marta se multiplicaba para dar abasto”. Es decir, se escindía, se fragmentaba, perdía la unidad de vida y Jesús que estaba allí, en su casa, va quedando en un segundo plano.

De todas maneras hay un momento en que ya no puede más. Ella misma queda superada por su actividad y se da cuenta de que necesita descansar en el Señor. Pero formula su petición de una manera errónea. En vez de decir: “quiero descansar como María”, lo que hace es pedir que María se canse como ella. Porque claro, querer trabajar para el Señor sin recibir la fuerza de Él es una temeridad y un absurdo que al final nos deja totalmente agotados. Es ese trabajo que no da ningún fruto y que sólo deja el mal sabor de boca de la obra incompleta.

Jesús le responde de una forma clara: “Tú no necesitas a tu hermana, me necesitas a mí”. Las cosas no dejan de salir porque los demás no colaboren, ni nuestra vida depende del apoyo de los demás. Para que progresemos espiritualmente necesitamos del Señor: Él es nuestro apoyo y nuestra fortaleza. Allí Marta se fiaba de otro hombre y Jesús le enseñó a poner los ojos en Dios. Por eso me gusta este evangelio y me siento identificado con Marta, porque cada día la actividad me absorbe; por ese motivo tiendo a juzgar a los que me parece que no hacen nada y, de vez en cuando, como cuando leo este pasaje, se me recuerda que la solución está en descansar en Jesús.

Que la Virgen María, Madre del Verbo Encarnado, nos ayude a poner nuestro corazón y toda nuestra vida a los pies del Señor.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid