San Lucas 11, 27-28:
Meditar de nuevo lo mismo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Gálatas 3, 22-29 ; Sal 104, 2-3. 4-5. 6-7 ; san Lucas 11, 27-28

Un profesor mío, eminente catedrático y hombre de prestigio reconocido, me dijo un día: “Yo he leído mucho, pero no muchas cosas”. Se refería a que había repasado muchas veces, fijando su atención, los mismos textos. Por ello, aunque era erudito, nosotros íbamos a escucharlo por su profundidad. Pocas veces sacaba a relucir todas las citas que conocía y siempre daba vueltas a unos mismos textos enseñándonos a pensar sobre ellos. Me he acordado de él al caer en la cuenta de que el Evangelio de hoy es idéntico al del pasado jueves, cuando celebramos la fiesta de la Virgen del Pilar. Además me ha gustado ese hecho por otros dos motivos. El primero porque hoy es sábado, un día dedicado a nuestra Madre. El segundo porque María, nos dice el Evangelio, guardaba las palabras y acciones de su Hijo en el corazón y las meditaba constantemente.

Así que, al tropezarme con el mismo fragmento del mismo evangelio, sin ni siquiera una palabra de más o de menos, me ha venido al corazón que h de colocarme en el corazón de la Madre para entender a Jesús. La piedad popular, con razón, ha imaginado a Jesús cariñoso con sus padres. No podemos dudar de que así fue. Pensar lo contrario no se avendría ni con la persona de la Virgen ni con la del Verbo encarnado. Ahora bien, la mayoría de los textos evangélicos en que aparece María Jesús marca una cierta distancia de ella. El sentido común nos indica que es la persona a la que estaba más íntimamente unido. Ella pertenece al mismo orden hipostático y había sido bendecida por Dios con gracias singularísimas como su Concepción Inmaculada. ¿Qué se esconde tras ese modo de proceder del Señor?

Con temor y temblor sugiero algo. La actitud de Jesús es congruente con la de María, que siempre fue muy reservada. El Señor, con sus palabras, sigue encubriendo su misterio para que, más allá de la verdadera relación biológica que tiene con ella, es su Hijo, no se olvide la relación en el orden de la gracia. Tendemos a humanizar demasiado las cosas, olvidándonos de la relación que gratuitamente Dios establece con nosotros. Jesús encubre a María y así la protege. No quiere que nadie la coloque debajo del lugar que merece. Nuestros elogios, viene a decir el Señor, siempre estarán por debajo de la consideración en que Dios tiene a la llena de gracia.

Por eso Jesús corrige el natural entusiasmo de aquella mujer del pueblo. No le dice que sus palabras estén mal, sino que le enseña a mirar más alto, a ser más profunda. No quiere que le pase inadvertido el verdadero misterio que se oculta en su Madre. No es una mujer más, como tantas otras. Es mujer como ellas, pero ha sido predestinada por Dios para una misión especial.

Esa relación con la Madre de nuestro Salvador nos es accesible a través de la fe. Para ello debemos escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. También por eso me ha gustado, a las pocas horas, volver a toparme con el mismo evangelio. No soy yo quien debe interpretarlo con mi inteligencia, sino el Espíritu Santo quien debe enseñarme su sentido.

Que la Virgen María, cuyo corazón rebosaba conocimiento y amor hacia su Hijo nos ayude a comprender mejor sus palabras y nos acompañe en el camino de la vida a fin de que podamos cumplirlas.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid