San Marcos 10, 17-30:
Cuando uno pregunta de verdad
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Sabiduría 7, 7 11; Sal 89, 12-13. 14-15. 16-17; Hebreos 4, 12-13; san Marcos 10, 17-30

Probablemente hemos escuchado y meditado muchas veces el Evangelio de hoy. A pesar de ello sigue interpelándonos porque muestra hasta que punto Jesús respeta nuestra libertad a la hora de decidir seguirle. El hombre que se acerca a Jesús, y fijémonos en que lo hace corriendo, porque para él el asunto es importante, podría ser cualquiera de nosotros. Para ese hombre resultaba urgente responder una pregunta: ¿cómo alcanzar la vida eterna?

Lo primero que sorprende es la preocupación por algo muy importante. ¡Tantas veces nosotros intentamos responder problemas banales! Aquel hombre va a lo esencial. Pregunta por el destino de su vida. Además no es una cuestión incidental en su vida. La prueba es que cuando Jesús le dice que ha de guardar los mandamientos responde que lo ha hecho desde pequeño. Pregunta por algo que ha venido ocupando toda su vida. Y se acerca a Jesús porque es bueno. Jesús, al señalar que nadie es bueno sino Dios, apunta a que no quiere ser visto como un modelo ético sino como el Salvador del hombre. Hasta aquí todo lo que prueba la buena voluntad de ese hombre. Pregunta de verdad, está comprometido en su pregunta, y no busca a alguien que vaya a darle la razón sino a un Maestro que pueda instruirle de verdad. De la recta disposición de ese hombre también da prueba la mirada cariñosa que Jesús le dirige.

Si aquel hombre se ha acercado a Jesús es porque se da cuenta de que el cumplimiento de los mandamientos no es suficiente. Es decir, experimenta que con sus solas fuerzas no es capaz de alcanzar el descanso del corazón en el que se anticipa la vida eterna. Por eso pregunta. Jesús le pide que venda lo que tiene y que le siga. Y, no lo olvidemos, Jesús lo está mirando con amor. Y ahí es donde la bella historia se trunca. Porque aquel joven eligió las riquezas de este mundo al auténtico bien que es el mismo Jesús. De alguna manera quería entrar en la vida eterna sin, ara nada, dejar la vida de este mundo.

Lo curioso es que el hombre se va triste y pesaroso.

Fácilmente podemos reconocernos en este hombre pues muchas veces hemos experimentado la tristeza y el vacío que sobrevienen cuando elegimos otros bienes en lugar de a Jesucristo. Al mismo tiempo, a ese hombre le falta confianza. El cielo no se conquista por las buenas obras, sino que nos es ofrecido como un don. Que distante de este joven rico la actitud de san Claudio de la Colombière o de Santa Teresa del Niño Jesús. Muchas personas quizás se presenten ante el Señor con las manos vacías. A pesar de ello tendrán el verdadero credencial, que es la fe en Cristo Jesús.

Los apóstoles, al final del texto, acotan el problema. Por eso preguntan: “¿quién puede salvarse?” La respuesta de Jesús es clara: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. Por eso nuestra vida cristiana consiste en pegarnos cada vez más a Él y en abandonarnos confiadamente en sus manos. Jesús es el salvador del hombre, la perla por la que vale la pena venderlo todo. Cuando Jesús propone dejarlo todo para seguirle lo que hace es indicarnos donde reside la verdadera riqueza, y no sólo e la vida eterna, sino también aquí y ahora. Como decía Santa Teresa, cuya fiesta hoy recordamos, “Sólo Dios basta”.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid