San Lucas 11, 47-54:
La vocacion Cristiana
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Efesios 1, 1-10 ; Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6 ; san Lucas 11, 47-54

La primera lectura de la Misa de hoy es un himno de bendición a Dios por lo más grande que nos ha dado: ser hijos suyos. Si lo meditamos detenidamente vemos que en él se contiene toda la enseñanza sobre nuestra condición de hijos de Dios. Vale la pena repasarlo lentamente para poder llevarlo a la oración.

Comienza bendiciendo al Padre de Jesucristo porque todos los bienes proceden del Padre. Ahora bien, nos son dados a nosotros a través de Jesucristo. A través de Él hemos sido creados, como indica el inicio del evangelio de san Juan, y en Cristo hemos sido redimidos. San Pablo se fija especialmente en los bienes espirituales. A menudo nos pasan desapercibidos porque nos fijamos más en los materiales. Son más inmediatos pero menos importantes.

Después señala que en Cristo hemos sido elegidos con una finalidad: “ser santos e irreprochables ante él por el amor”. Aquí está explicada nuestra vocación. Hemos sido llamados a la santidad. Para que no se confunda con un cierto perfeccionamiento sólo exterior se recuerda que hemos de ser irreprochables por el amor. La caridad es la verdadera medida de la santidad. Dios que es santo es amor. Amor y santidad se identifican. De esa manera la santidad cristiana queda situada en el horizonte del amor a Dios y a los hermanos.

A continuación da un paso más. No sólo nos eligió sino que nos destinó. Es decir, el Padre ha ordenado las cosas de tal manera que podamos ser santos. Sigue haciéndolo a través de la persona del Hijo. E insiste en que es por pura iniciativa suya. La destinación incluye esto, la pura gratuidad. Hemos sido destinados con anterioridad a cualquier mérito. No nos llamó porque fuéramos buenos sino para hacernos buenos. Así, la gracia redunda toda en alabanza de Dios. Un santo da gloria de Dios. ¡Qué distinto el que se engríe de sus propias obras!

Y ahora san Pablo indica la forma con que Dios expresa su amor. Es tremendo: “por su sangre”. El amor de Dios lleva a entregar a su propio Hijo por nosotros. De esa forma se lavan nuestros pecados y somos redimidos. La santidad nos es comunicada merced a los méritos de la pasión y muerte de nuestro Señor. Pero no queda ahí el amor de Dios. No se limita a redimirnos sino que nos llama a su intimidad. Eso lo hace dándonos a conocer sus secretos. De donde dice el apóstol: “dándonos a conocer el misterio de su voluntad”. E indica que eso es un derroche, un exceso. Así entendemos que el amor de Dios para con nosotros no se conforma con lo menos sino que busca siempre lo máximo. Dios ama de esa manera, sin medida, sobreabundantemente. Es precioso considerar este hecho cuando nosotros, muchas veces, escatimamos lo que vamos a dar a Dios y lo medimos.

Todo ello, y acaba el himno, se ordena a cumplir el plan que Dios había trazado desde siempre: recapitular en Cristo todas las cosas. Ese plan se realiza sólo a través de Cristo. De ahí que la llamada que hemos recibido a ser hijos de Dios sólo podemos vivirla en íntima unión con el Hijo. En Él se realiza el plan y los que somos desobedientes nos unimos al Obediente, los culpables al Inocente, los pecadores al Santo.

Que la Virgen María, la que mejor ha respondido a la iniciativa divina, nos ayude a ser fieles a nuestra vocación cristiana.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid