San Lucas 12, 1-7:
Dios nos conoce
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Pablo a los Efesios 1, 11-14 ; Sal 32, 1-2. 4-5. 12-13 ; san Lucas 12, 1-7

Un predicador decía: “hijos, en una noche totalmente oscura, sobre una roca negra, Dios ve como camina una hormiga”. Ponía este ejemplo para significar que nada pasa desapercibido a Dios. Incluso nuestros pensamientos más secretos Dios los conoce. Por ello decía san Agustín: “Dios es más íntimo a mí que yo mismo”.

La primera parte del Evangelio de hoy es una advertencia contra la hipocresía. Pero Jesús, al advertir contra la levadura de los fariseos, parece que no se refiere sólo al querer aparentar ante los hombres sino también al deseo de fingirse otro ante Dios. A Dios no se le puede engañar. Lo sabe todo. ¡Qué consolador es saberlo!

A veces luchamos por que aparezca la verdad e incluso para que se nos reconozca lo que es justo. No siempre es conveniente hacerlo. Una vez, en una situación de este calibre, alguien me dijo: tienes razón, pero si ganas (es decir, si llega a saberse la verdad), entonces perderás. Porque hay cosas que se sabrán en el último día, n el juicio, cuando cada uno de nosotros comparezca ante el divino Juez y se muestre tal como es, sin ninguna mezcla de engaño. ¡Qué bueno saber que Dios nos ama a pesar de cómo somos! Eso nos impulsa a querer ser mejores.

La segunda parte del evangelio de hoy muestra por qué Dios nos conoce. Es así porque nos ama. No hay en Él nada de curiosidad malsana. Nada, en el conocimiento de Dios está separado de su amor. Por ello nos conviene tanto que Él sepa de nosotros y, aún más, que nosotros nos conozcamos en Dios. Eso lo expresa el evangelio diciendo: “Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados”. Eso significa que Dios está cuidando continuamente de nosotros. Al leer este evangelio me viene la imagen de aquel padre o de aquella madre que no puede dejar de vigilar a su hijo. Sus ojos no se apartan de él. El amor le impide descuidarse para nada. Al mismo tiempo prepara la comida, o hace otras cosas también buscando lo mejor para su hijo, pero su mirada no se aparta de él. Cuidarlo lo es todo. Es la ley del amor. Si así funcionamos los hombres, que somos imperfectos, podemos imaginarnos qué no hace Dios por nosotros. Nos mira y nos cuida. Por eso es bonito vivir caminando en su presencia. Saber en todo momento que estamos ante Él y que Él cuida de nosotros. Por eso Dios nos mira, porque nos ama. Es más, su mirada es la razón de nuestra existencia.

En esa perspectiva de confianza se entienden las advertencias del Señor. No hemos de temer a los que matan el cuerpo sino a los que pueden echar a perder el alma. Jesús nos invita a vivir en la confianza, en el santo abandono. A cada uno de nosotros nos lleva en su mente y en su corazón. Nuestros nombres son imborrables. Continuamente piensa en nosotros y esa es nuestra mayor garantía.

Jesús, pues, nos invita a abandonarnos en Él y a tener confianza absoluta en su providencia. Ella consiste en el cuidado amoroso que Dios tiene por todas las cosas (por ello se habla de los gorriones), pero especialmente por los hombres.

Virgen Madre, enséñanos a abandonarnos del todo en Dios como tú hiciste, para que vivamos plenamente como Hijos y podamos gozar de todos los bienes que Él quiere darnos.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid