San Marcos 10, 35-45:
Esclavo de todos
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Isaías 53, 10-11; Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22; Hebreos 4, 14-16; san Marcos 10, 35-45

Fascinante e incomprensible resulta el Amor de Dios. Que, habiendo creado al Hombre, lo colme con toda clase de bienes y lo eleve hasta formarle “tú” del Altísimo, está fuera de toda lógica; el que, tras haberle el Hombre negado y olvidado, Dios recuerde su alianza, y, sin necesitar para nada del ser humano, mantenga su diestra tendida hacia él, jamás lo hubiéramos podido esperar; el que, habiendo rechazado mil veces el Hombre la diestra tendida de un Dios injuriado, el propio Creador decida hacerse uno de nosotros, se me hace una locura de Amor incomprensible… Pero el que todo un Dios entregado, despreciado y olvidado por una criatura a quien no necesita, tras hacerse Él mismo hombre, se acerque al ser humano de rodillas y lavándole los pies, me confieso incapaz de entenderlo. Mi actitud no puede ser otra que la de un asombro sin salida, permanente, que pido a Dios dure mientras viva… y aún después.

No me cuesta trabajo pensar que debo hacerme, como la Virgen, esclavo de Dios; no me cuesta trabajo pensarlo porque a Dios le debo todo, y esa deuda se presenta gozosamente ante mis ojos día y noche. Me es fácil desear entregarle mi vida, aunque sólo fuera para reparar lo mucho que le he ofendido y le ofendo… Pero pensar que ese Dios, a quien todo debo y a quien he ultrajado, quiera hacerse siervo mío, mancharse con mi pecado, y, pagando en una Cruz mi deuda morir por mí… Se me escapa. Antes deseaba darle mi vida (aunque no lo consiguiera); ahora me ha robado el corazón. Por eso, cuando miro al Crucifijo, apenas sé decir nada; me quedo mirando, y dejo que un abrazo de asombro y alegría me estreche contra Él.

Pero tengo ante mis ojos a los hombres, y Dios me ha pedido que les acerque a su Amor… ¿Cómo lo haré? ¿Les daré órdenes; les transmitiré instrucciones? ¿Pondré por delante mi sabiduría, y les pediré respeto y atención? ¿Les echaré en cara sus pecados, y les conminaré como quien está libre de culpa? Si así hiciera, estaría traicionando al Amor.

Más bien, quisiera hacer con ellos lo que mi Redentor ha hecho conmigo: me acercaré siempre por debajo, como el último y el más pecador de los hombres, me postraré ante ellos y lavaré sus pies, me ofreceré por ellos como víctima, y así les mostraré que son amados sin reservas como yo, aún estando en nuestros pecados. Y, si lo hago bien, Dios mío, mientras lavo sus pies les hablaré de Ti, y sabrán que lo hago en tu nombre, y Tú te manifestarás a ellos como te has manifestado a mí, como un abrazo de asombro y alegría; como el abrazo de la Santísima Virgen, en el que cabe todo tu cariño hecho ternura.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid