San Lucas 12, 13-21:
Regueton
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Pablo a los Efesios 2, 1-10 ; Sal 99, 2. 3. 4. 5 ; san Lucas 12, 13-21

Ayer llegué de una convivencia con veintitantos jóvenes de mi parroquia, y además de darme cuenta que ya mi cuerpo no aguanta lo de antaño, he tenido la posibilidad de escuchar (perdón, quise escribir sufrir), algo de reguetón (o reggaeton, para los puristas, si es que se escribe así). Para quien lo desconozca el reguetón es una especie criatura extraña entre el rap y ruido de bajos, como para destrozar el más potente subwoofer. Las letras, no he conseguido escuchar ninguna “canción” entera, pues cambiaban frenéticamente de una a otra, eran realmente zafias, hirientes y carentes de poesía e imaginación (espero que esto haya sido un halago a los “compositores”). Pero es lo que oyen muchos jóvenes de nuestros barrios y de nuestras parroquias. Una homilía dura unos minutos, a la semana se pasan horas escuchando “eso.” No sé que efectos tendrá a la larga, pero a la corta seguro que sordera temprana e insensibilidad de espíritu.

“Hubo un tiempo en que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo presente, bajo el jefe que manda en esta zona inferior, el espíritu que ahora actúa en los rebeldes contra Dios.” Desde luego la corriente del mundo presente es bastante caudalosa hacia abajo, pero justamente por eso la fuerza del Espíritu Santo se manifiesta en todo su esplendor, para poder dar brazadas, río arriba, hasta la fuente, de la que mana la verdadera alegría. Para los “rebeldes contra Dios” les parecerá que nos cansamos, que no avanzamos río arriba y que consiguen que muchos se dejen llevar por la corriente, alejándose de Dios. Pero bajo la mirada de la fe, constatamos que “él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.”  (Espero que esto no ofenda a algunos que quieren quitar de las leyes españolas la palabra “sirvientes,” pues la consideran ofensiva. ¿Cómo se llama el que sirve? ¿Diplomado en favores a cambio de remuneración económica, o cómo? Pero parece que está mal servir, pues yo espero ser sirviente de Dios y de la Iglesia toda mi vida, y perdón por el “excursus”). Volviendo a lo nuestro, se puede pensar que con músicas estridentes, fútbol a todas horas, cotilleos intranscendentes y algún que otro escándalo económico, el hombre dejará de hacerse preguntas fundamentales que le llevan a su Creador y Redentor. Y por muy fuerte que suenen los bajos en esas canciones, más fuerte suena la voz de Dios, que es alta y clara, diciendo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Y no sólo a la hora de la muerte, ya que se pierde la vida de muchas maneras, y encima lo que has creído que acumulabas ya se lo habían quedado otros.

Si algo nos ha enseñado la historia de la Iglesia, la historia de la acción del Espíritu Santo, es que sólo vencen los humildes, sin embargo a los codiciosos, como dice el refrán de la avaricia, “se les rompe el saco.”

Por eso miremos el futuro con optimismo y trabajemos en el presente como el agricultor en su plantación justo antes de salir los frutos. Excedámonos en mimos, cuidados y atención al mundo que nos ha sido confiado, pues está a punto de eclosionar en un verdadero vergel de sed de Dios, de personas auténticamente enamoradas y cercanas al Señor. El hombre salió de manos de Dios, y aunque tenga “derecho” a equivocarse, no puede olvidar quién es.

A los ojos de sus coetáneos Santa María sería la gran fracasada. Ahora, veintiún siglos después, contemplo su imagen en cada habitación de mi casa, y en millones de casas de todo el mundo. Aunque para algunos sea un perdedor, me apunto a ese fracaso y dentro de cinco años veremos quién se acuerda de un voceador de reguetón.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid