San Lucas 12, 39-48:
La publicidad O
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Pablo a los Efesios 3, 2-12; Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6 ; san Lucas 12, 39-48

El domingo fue un día muy deportivo. Alonso volvió a proclamarse campeón del mundo, el Real Madrid ganó al Barcelona y los forofos se han reconciliado con el entrenador. Así que a los que les gusta el deporte se pasaron horas y horas viendo la televisión y, a pesar del espíritu deportivo, no perderían ni un gramo de grasa (a juzgar por el número de aperitivos que se pidieron los jóvenes de mi parroquia durante el partido, debieron coger algún kilo). El rato que estuve viendo la televisión (sólo un rato, tampoco hay que castigarse demasiado), me di cuenta de la cantidad de publicidad que nos estábamos tragando. En los coches, en los monos, en las camisetas, en las vallas, a modo de faldón en la pantalla. De mil maneras distintas nos metían los productos por los ojos. Estamos tan acostumbrados a la publicidad que ya casi ni nos fijamos en ella, pero ahí está.

“A mi, el más insignificante de todos los santos, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo, aclarar a todos la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.” La Iglesia lleva dos mil años anunciando a Cristo, esa riqueza insondable, y parece que todavía no lo ha dado a conocer. No es un problema de “marketing,” ni falta de mercado. A Cristo sólo podemos anunciarlo con la vida y, en sociedades tan secularizadas como la nuestra, a veces se hace difícil distinguir al cristiano del ateo. A veces podemos pensar que anunciar a Cristo es una especie de trabajo, al que dedicamos algunos ratos. Eso tan feo que dicen los curas o las monjas: “Voy a hacer pastoral.” Sería como si una madre tuviese jornada de ocho horas para ejercer su maternidad, y luego se olvidase del fruto de sus entrañas. Anunciar a Cristo es una gracia, y se hace en todo momento, con la vida, con el testimonio, con nuestras palabras y nuestros silencios. Me da mucha lástima cuando conozco congregaciones religiosas que se van quitando el hábito para asimilarse más al mundo, en definitiva, para pasar desapercibidas. Es verdad que “el hábito no hace al monje,” pero ayuda tanto.

“El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.” Anunciar a Cristo, además de una gracia, es una exigencia. Estamos poco acostumbrados a que nos exijan, esperamos que las cosas nos salgan “por que sí,” pero tristemente nuestro pecado y nuestra pereza hace que el Señor nos tenga que exigir. Ciertamente la mayoría de las veces anunciar a Cristo es algo gozoso, hablamos de Aquél al que queremos y anunciamos el amor de Dios. Pero otras veces es trabajoso, arduo, difícil y comprometido. Muchas veces nos darán con “la puerta en las narices” y nos cerrarán su corazón y sus oídos. Pero eso no es excusa para dejar de anunciarle. Se nos ha dado tanto y tenemos tanto que ofrecer que no podemos callarnos.

Cuando pasas un rato delante del Sagrario y simplemente barruntas la cantidad de gracias que Dios nos da, entonces no puedes más que salir a la calle y anunciar el amor de Dios.

La Virgen lo sabía bien, proclamaba su alma la grandeza del Señor. Ella es la mejor compañera para tus correrías apostólicas, ella nos ayudará a dar toda la publicidad del mundo a Aquel que nos quiere tanto.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid