San Lucas 12, 54-59:
A gritos
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Pablo a los Efesios 4,1-6; Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6 ; san Lucas 12, 54-59

Seis coches de policía, seis -como los morlacos en el albero-, llegaron el otro día ante el parque infantil que hay enfrente de mi parroquia. Como su propio nombre indica un parque infantil es para que jueguen los niños y, cosas de niños, de vez en cuando se tiran tierra. Esto bastó para que los padres empezaran una pelea, llegaran a las manos y casi a los cuchillos. Ante tal griterío alguien avisó a la policía y llegaron seis coches entre policía municipal y nacional. Trabajo les costó que los padres dejasen de gritarse y amenazarse, todo por defender a su hijos de un poco de tierra. Los padres ven amenazas a sus hijos en cualquier sitio, incluso en otros niños pequeños, sobre todo cuando son hijos únicos. Tal vez el que pasen poco tiempo con sus hijos les hacen super-protectores, y no dudan en gritar y enfrentarse ante cualquier amenaza. (Lástima que no griten igual ante los abusos de algunos programas de televisión, el dejarlos solos en casa o ante el mundo, a veces infrahumano, de Internet).

“Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.” La vocación es una llamada, una llamada de Dios específica y concreta para cada uno. Algunos pensarán que es una llamada tan sutil, tan callada y en voz baja que pueden no descubrirla a lo largo de toda su vida. Pero se equivocan, Dios no habla bajito. Grita como los padres defendiendo a sus hijos. Nos habla al alma y al corazón,  nos indica cual es el camino para nuestra felicidad. Pero a veces nosotros estamos con los cascos del Mp3 puestos, con otra música muy alta, que nos impide oír a nuestro padre que nos llama. Un padre de la tierra tal vez acabe dando un manotazo a los auriculares de su hijo, o se lo confisque. Pero Dios se comporta como nos pide a nosotros “Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.” Dios no es un Padre que nos vea de vez en cuando. Está siempre pendiente de nosotros, está con nosotros cuando le ignoramos, cuando nos equivocamos y cuando nos reconciliamos. Eso no significa que no deje de llamarnos, pues Él nos quiere felices y tiene la llave de nuestra felicidad: la vocación a la que nos llama.

“Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: “Chaparrón tenemos”, y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: “Va a hacer bochorno”, y lo hace.

Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?” El Señor es bien claro. A veces tenemos un espíritu afilado para juzgar a los demás, pero es romo y basto para juzgarnos a nosotros mismos, para descubrir lo que Dios quiere de nosotros. Cuanta gente huye de Dios, se niega a decir un “sí” claro y definitivo a Dios. Tratamos a Dios con desconfianza, más que como padre como a un padrastro en el alma: pero Dios es “Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.” Si te encuentras en esa situación, estás haciendo oídos sordos a esa llamada al sacerdocio, a la vida religiosa, al matrimonio que vas posponiendo indefinidamente, a entregarte en tu parroquia, en tu vocación concreta que hace tiempo que barruntas, no seas tonto, dile ya que sí a Dios, no lo demores más, lo único que ganarás será irte haciendo insensible a la voz de Dios.
La Virgen no lo duda, por muy peculiar que fuese su vocación, y enseguida responde “Hágase en mí según tu Palabra.” ¿Qué más ejemplos necesitamos?

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid