San Lucas 13, 10-17:
En silla de ruedas
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Pablo a los Efesios 4, 32-5, 8; Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6 ; san Lucas 13, 10-17

De cualquier cosa se hace noticia. El otro día, leyendo los titulares de un periódico nacional en Internet, venía un titular que decía algo así: “ Inválido en silla de ruedas se convierte en actor porno.” No leí más que el titular, la noticia no me interesaba en absoluto. Recé un padrenuestro por él y por el daño que hiciese a los demás y me dio bastante lástima. Si es cierto que por un momento pensé qué pensaría el párroco que le hubiese dado la primera comunión o le hubiese bautizado, en el caso de que fuera católico y me dije: “menuda joyita de feligrés.” Por la tarde, cosas de la vida, mientras estaba en el despacho, me enteré que ese chico vivía en el término de mi parroquia y algunos de su familia participaban en las actividades que hacemos. Así que he tenido que pasar de un padrenuestro a bastantes más, aunque tal vez le indigne al interesado saber que están rezando por él.

“Meteos bien esto en la cabeza: nadie que se da a la inmoralidad, a la indecencia o al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios.” San Pablo no se anda con chiquitas. Para algunos será un exagerado, pero cuando acabemos de leer esta lectura diremos: “Palabra de Dios.” Ahora mucha gente habla abiertamente y sin tapujos de sexo. No es por una mal entendida libertad, es por indecencia. Algunos te dicen: “Si es algo natural, que te lo pide el cuerpo,” pero gracias a Dios no les oigo presumir durante el aperitivo de qué forma, color y densidad han defecado esa mañana. La inmoralidad, al igual que la avaricia, insensibiliza para relacionarse con Dios y con los demás. Los que han hecho del sexo un negocio no tienen reparo en promoverlo, caiga quien caiga, mientras se le llene la billetera. No importa las víctimas que dejen por el camino, los jóvenes que se vuelvan incapaces de amar de verdad o aquellos que se avergüencen de su pasado cuando encuentren el amor verdadero. Lo importante es hacer negocio.

“Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: -«Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.» Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: -Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado?” No nos cuenta el Evangelio que esta mujer pidiese a Jesús ser curada, no hizo como ayer Bartimeo, gritando al borde del camino. Me imagino que la indignación del jefe de la sinagoga no era sólo por haberla curado en sábado, seguramente ponía a esa mujer como ejemplo de estar atada a Satanás, y Jesús le fastidió el ejemplo. También ahora muchos “jefes” querrán decirnos: “Veis, vivimos en un mundo dominado por el sexo. De ahí no se puede salir, nadie puede curaros. Asumir vuestra condición de impuros mientras me aprovecho de vosotros.” Ante esto los cristianos tenemos que decir: “Hipócritas” y mostrar que se puede vivir el amor y el sexo limpiamente, amar según  Dios y que no nos encierre en nosotros mismos, sino que nos abra a amar el mundo con limpieza, con generosidad, con un corazón grande.

Ni a nuestro peor enemigo, ni al más malo del mundo, podemos desearle la condenación, pero será él el que tenga que decidir si amar o no a Dios, Él no le va a forzar a hacerlo. Por eso no podemos ser ambiguos, tenemos que anunciar que la salvación de Cristo puede ser aceptada por todos, aunque les moleste saberlo. Los párrocos tenemos la obligación de pedir por la salvación de toda nuestra parroquia, como lo pedía el cura de Ars, por muy raros que sean nuestros feligreses. Me imagino que parecida obligación tienen los padres de familia, los educadores y los gobernantes. Que por nosotros nadie se condene.

Nuestra Madre la Virgen tiene las puertas de su corazón a todos los que quieran acudir a él, especialmente a sus hijos más heridos, aunque vayan en silla de ruedas. Recemos mucho los unos por los otros, seamos claros en el hablar y demos ejemplo del verdadero amor de Dios.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid