San Lucas 13, 18-21:
El ratón
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Pablo a los Efesios 5, 21-33; Sal 127, 1-2. 3. 4-5 ; san Lucas 13, 18-21

Nadie que esté en sus cabales y use un ordenador Mac duda de que son los mejores (¿o será síndrome de Estocolmo?). He llegado de hacer 1.300 Km. este fin de semana, con el lógico cansancio, y he visto que el ratón de mi ordenador, que usa una pequeña bolita a modo de trackball, funciona “hacia arriba,” pero no “hacia abajo.” Así que como estaba cansado me he dedicado a hacer lo que nunca debe hacerse en algo de marca “Mac:” desmontarlo. Ahora está continuamente como si lo estuvieras apretando haciendo “clic” sobre todo lo que pilla, así que he tenido que sacar del cajón un ratón viejo. Es que no hay nada peor que el cansancio para no tener paciencia y haciendo que un invento genial, pero bien fabricado y mejor ensamblado, acabe en el cubo de la basura.

“Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia.” Hace unas semanas, exactamente el día de mi cumpleaños, se escribió en esta página un estupendo comentario hablando del matrimonio. No lo escribí yo, pero me parece estupendo (los míos no me gustan tanto). A un lector atento le ha surgido una duda sobre las nulidades matrimoniales, así que, como sigo cansado, trataré de responderle desde este comentario. Cuando la Iglesia declara nulo un matrimonio significa que, de raíz, es decir, antes de que se celebrase ese matrimonio, o durante su celebración hasta su consumación, ha habido algo que anulaba ese consentimiento. Es algo así como el ratón del ordenador. Si tuviese algún defecto de fábrica lo devolvería y me mandarían uno nuevo (espero). Pero si lo he roto yo, abriéndole las tripas, la empresa no se hará responsable. Puedo intentar engañar a los de Mac, aunque no se suelen dejar, son muy listos, pero cuando me llegase mi nuevo ratón yo sabría que era fruto del engaño, y por lo tanto, un robo o una estafa. Así pasa en las nulidades matrimoniales. A veces el engaño o el error se descubre después de un tiempo (han intentado utilizar ese ratón, aunque parecía que no funcionaba bien), y después de rezarlo, de comentarlo en el matrimonio, de preguntar a los que suelen saber más que nosotros, se dan cuenta que había un error en su matrimonio, entonces se pide la nulidad. Ciertamente pueden engañar al tribunal eclesiástico (les suelen engañar más que a los de Mac), y conseguir mediante tretas, mentiras y trucos que les concedan la nulidad eclesiástica y volverse a casar, pero en su corazón sabrán que están estafando, y Dios también lo sabe. Ya les llegará el día de rendir cuentas a Dios. Un experto en derecho canónico le pondrá a esto mil pegas, pero uno tiene sus limitaciones. Si un marido está dispuesto a amar a su esposa (y la esposa al marido), como Cristo ama a la Iglesia, es decir, con misericordia entrañable, estando en la misma entraña de su vida, perdonando siempre y socorriendo siempre, con creatividad siempre nueva y sorprendente, entregándose hasta la cruz y siempre fiel, no creo que se planteen la nulidad, pues serán plenamente felices, aunque se encuentren con mil contrariedades y fracasos.

La otra duda que tenía este buen lector podría resolverla el Evangelio: “-¿ A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.” Se preguntaba qué significaba “santificar,” en especial las fiestas y, en definitiva, toda nuestra vida. Un santo no es una persona que esté todo el día suspirando. El santo es el que su corazón palpita unido al de Dios, así, un domingo o un día cualquiera, celebrará la Eucaristía, dedicará un rato a hablar con su Padre Dios, estará con sus hijos y su mujer jugando en un parque, o visitando al familiar enfermo, o se echará una siesta -que le hace falta- mientras ponen una película en la tele. Y ninguno de esos actos, ni enfadarse con el árbitro que perjudica a su equipo favorito, está al margen o de espaldas a su ser hijo de Dios. Su fe inunda su vida, haciendo que todo fermente, pero sin rarezas, con la naturalidad del que se sabe redimido por Cristo y toda su vida es una continua acción de gracias.

Nuestra Madre la Virgen es un buen ejemplo de todo esto. María esposa, María hija, María creyente. Si vivimos nuestra vida unida a ella, y por ella a Cristo, resolveremos un montón de dudas y estaremos felices. Me voy a dormir, que estoy hartito de coche.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid