San Lucas 20, 27-38:
La eutanasia (Espiritual)
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Macabeos 7, 1-2. 9-14; Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15 ; san Pablo a los Tesalonicenses 2, 16-3, 5; san Lucas 20, 27-38

Hablar de la eutanasia está de moda (no hay nada como hacer una película para que todo el mundo opine sobre algo, a ver si viendo Shrek la gente empieza a hablar sobre el matrimonio para toda la vida). Así que vamos a aprovechar el “tirón” del tema para hacer este comentario.
No hace demasiado tiempo hablaba con un hombre ya maduro que llevaba más de veinte años sin acercarse a una Iglesia, sin rezar, sin comulgar ni confesarse. Partió de él el hablar con un sacerdote, confesarse y comulgar. Me comentaba que era muy cómodo el quitar a Dios de su vida, hacer suyo ese grito de algunos filósofos. ¡Dios ha muerto!… y hacer lo que le diese la gana liberado de la “esclavitud” de los curas y del pecado. Era muy cómodo si no fuese por una sensación interna (mientras me lo decía se señalaba el estómago, como cuando uno tiene una úlcera sangrante) que no podía acallar y que, por más que intentase ignorarla, estaba siempre allí. Al final confesarse y comulgar, decidirse a cambiar de vida y volver con su padre Dios hizo que desapareciese esa intensa sensación de traición continua.
¿Qué tiene que ver esto con la eutanasia y con las lecturas de hoy?. Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos,” podemos poner un empeño inmenso en hacerle la eutanasia a Dios, matarlo y quitarlo de nuestra existencia, pero… ¿Cómo quitar la vida al que es la Vida, a Aquél por el que todo ha venido a la existencia?. Podemos intentar una y mil veces matar a Dios pero sólo conseguimos matarnos a nosotros mismos. Es así de triste, queriendo matar a Dios nos matamos a nosotros mismos y no descubrimos a Dios no porque Dios haya muerto, sino porque no salimos de nuestro propio sepulcro, el olfato sólo alcanza a oler su propia putrefacción, la sensibilidad se pierde en la carne muerta, miramos con cuencas vacías incapaces de distinguir la belleza y los colores, y el oído sólo escucha el silencio de la muerte. Queriendo matar a Dios nos hacemos la eutanasia a nosotros mismos, Dios sigue siendo, “tú en cambio no resucitarás para la vida.” Esto pasa tanto en las personas como en las sociedades.
Si nos quedásemos aquí sería desesperante, pero como Dios nuestro Padre -“que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza”-, es capaz de resucitar a los muertos. Tal vez lleves años sin acercarte a Dios, viviendo como un muerto, pero Él es capaz de devolverte la vida. “El Señor que es fiel os dará fuerzas y os librará del malo,” aunque nosotros seamos infieles, Dios permanece fiel y puede decirte: “Talita cumi” (Levántate y anda).
Este año está dedicado a la Eucaristía, a Jesucristo vivo y resucitado en nuestros altares y sagrarios. Aunque lleves cincuenta años sin acercarte a la Vida -o tal vez tengas un “bajón” de un par de horas-, acércate a Cristo Eucaristía y dile: “vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.” Prepárate una buena confesión, arranca la carne muerta y recibe la salud, y cubre tus frágiles huesos de la carne de Cristo con una comunión piadosa.
Nuestra Madre la Virgen acoge tu cuerpo muerto como acunó el de su hijo al pie de la cruz, con la seguridad de la Vida que puede volver al cuerpo muerto.
Si queremos ser cadáveres nos quedaremos dando vueltas a nuestra necrópolis, pero si queremos vivir sólo lo haremos con Dios, “Dios de vivos y no de muertos.”

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid