San Juan 14, 1-6:
Elecciones
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Lamentaciones 3, 17-26; Lamentaciones 3, 17-26; ; san Juan 14, 1-6

Hoy en España nos levantaremos con los resultados definitivos, y la valoración consiguiente, de las elecciones en Cataluña. Casi siempre pasa igual: todos dirán que han ganado y luego buscarán alianzas y acuerdos para gobernar. Los diarios llenarán páginas y páginas de estadísticas, fotografías, comentarios, opiniones y chistes gráficos. Dentro de unas semanas se formará gobierno y, hasta dentro de cuatro años, si te he visto no me acuerdo. Se pone tanto interés en estas elecciones, que al fin de cuentas no son más que pasajeras, que parece lo definitivo de nuestras vidas. No es que no sean importantes, pero que bien les vendría a los colegios electorales el colgar en sus puertas un cartel que recordase la frase de Santa Teresa de Jesús: “Una mala noche en una mala posada,” y tal vez, a la hora de votar y de vivir, tuviésemos presente la única elección definitiva.

“Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” No será por las veces que el Señor les había anunciado su pasión y muerte por lo que Tomás no se había enterado. Pero parece que la realidad de la muerte nos gusta soslayarla y esconderla en el último cajón de nuestra mente. Nos hacemos los locos, pensando que siempre tendremos un día más, una oportunidad más, alguna otra ocasión. Y sin embargo cada día palpamos la fragilidad del ser humano. La enfermedad, los accidentes, la violencia, la vejez, acechan detrás de cada esquina. Cuando alguien muere repentinamente se suele escuchar al que estuvo el día anterior con él que comenta: “No puede ser, si ayer cenamos juntos y parecía tan contento.” No nos asombra la existencia de la muerte, nos asusta que haya pasado tan cerca y expresamos nuestro alivio de seguir vivos. Tomás sabía hacia dónde iba el Señor, también nosotros sabemos que tendremos que acabar nuestra peregrinación por esta vida, pero no queremos darnos por enterados.

“Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí.” (….) “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.” Esa es nuestra elección definitiva, la única que realmente importa. En esta elección no podemos abstenernos, ni declararnos insumisos. La muerte llegará y más nos vale que nos encuentre en vela, enamorados de Cristo. Realmente hay que amar esta vida, por eso la muerte nos turba: “Me han arrancado la paz, y ni me acuerdo de la dicha,” “Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad!” Desde la resurrección de Cristo podemos mirar a la muerte a la cara, sin miedo, sin angustia, sin desesperanza.

Por eso es un día grande este de todos los fieles difuntos. Toda la Iglesia Católica, Universal, se alza en oración por todos los difuntos. Y sabemos que nuestra oración será escuchada. Aunque cada uno pidamos por nuestros propios difuntos, a la vez sabemos que esta es la oración más gratuita y universal, podría ser la “oración globalizada” por excelencia. A aquellos que les hace falta les llegarán nuestros sufragios, oraciones y sacrificios; a los que no les sea ya necesario la Virgen los distribuirá generosamente entre aquellos que aún tienen que purificar su vida para unirse plenamente con Dios.

Hoy, si me permitís el atrevimiento, es el día en que la Virgen actúa más activamente como mediadora de todas las gracias, acercando a tantos y tantos de sus hijos a Dios nuestro Padre. Reza hoy, reza con fervor e intensidad. Ojalá el día de nuestra muerte haya muchos que también recen por nosotros.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid