San Marcos 12, 28b-34:
Los celos de Dios
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Lectura del libro del Deuteronomio 6. 2-6; Sal 17, 2 3a. 3bc 4. 47 y 5lab; Hebreos 7. 23-28; san Marcos 12, 28b-34

“Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.”

Ni el más celoso de los hombres (o de las mujeres) se atrevería a escribir estas palabras. Son, sin duda alguna, palabras de un Dios amante que se muere de celos por el hombre.

No se conforma con “un poquito”, ni con mucho; este Dios lo quiere absolutamente todo.

No le basta ser el primero (como algunos creen: “primero Dios, luego mi familia, después mis amigos, luego los demás, y, por último, yo.” -suena piadosísimo-). No; Dios quiere ser el único: “Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”. No quiere compartir el corazón del hombre con nadie; desea ser amado “en exclusiva”.

Y, sin embargo, los celos de Dios no son los de los hombres (o los de las mujeres). Los seres humanos experimentamos los celos a causa de nuestro egoísmo: queremos poseer a la persona amada, no queremos que pertenezca a nadie más, y por eso nos encolerizamos cuando esa persona rompe las cadenas con que quisiéramos sujetarla… En definitiva, son celos egoístas, que anulan o esclavizan a nuestros semejantes.

Los celos de Dios, sin embargo, nacen sólo del Amor: Él sabe muy bien que, cuando entregamos nuestra vida a cualquier criatura, perdemos nuestra libertad. Sin embargo, cuando nos rendimos por completo a su Amor, ese Amor nos libera de la esclavitud a que nos someten nuestros pecados. En este limpísimo sentimiento divino radica toda la indignación de Dios ante la idolatría. En definitiva, Dios quiere que seamos sólo suyos porque nos ama, y sabe que, fuera del hogar que es para nosotros su Amor, hace mucho frío.

¿Acaso piensas que el hacer de Dios el único Amor de tu vida va a privarte de amar a los tuyos? ¡Ni mucho menos! Lo que te ocurrirá es que aprenderás a amar a Dios “en los tuyos”… Te aseguro que es el mejor cariño que le puedes tributar a una persona. Por tanto, no temas; no hay rivalidad. ¿No es “la esclava del Señor” la Mujer que más limpia y cariñosamente nos ama a nosotros, sus hijos? Aprende de Ella, y no camines más con el “corazón partido”.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid