San Marcos 12, 38-44:
¡Mujer tenías que ser!
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Reyes 17, 10-16; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; Hebreos 9, 24-28; san Marcos 12, 38-44

El día en que resucitó Cristo, a primera hora, una mujer lloraba desconsolada junto al sepulcro en que había sido enterrado el Hijo de Dios. No era un llanto cualquiera; aquellas lágrimas de fuego eran las más amargas que nadie pueda derramar en este mundo, porque la mujer de quien manaban creía haber perdido la vida. Otros le habían entregado a Jesús su tiempo, su amistad, sus bienes, su simpatía o su trabajo… Aún podían recuperarlo, mientras les quedara vida. Pero la apuesta de aquella bendita mujer había sido mucho más fuerte; había apostado de tal modo que el perder significaba morir… Y allí estaba, muriéndose junto al sepulcro del Señor, como si fuera su última voluntad ser enterrada en aquel mismo lugar en que yaciera el Hijo de Dios.

Es la misma apuesta de la viuda de Sarepta, de quien hoy nos habla el libro de los Reyes: al darle al profeta el único alimento que le quedaba, sabía que se condenaba a morir de hambre… Pero se lo da. La mujer viuda que hoy encontramos en el Evangelio entrega, como ofrenda, cuanto tiene para vivir; sabe que con ello, lo arriesga absolutamente todo, y que, si Dios no responde a su gesto generoso, morirá… Pero de igual modo se acerca al tesoro del Templo y deposita allí su vida.

En esta gran autopista de la vida son muchos quienes conducen agarrados al cinturón de seguridad, sin renunciar a llegar pero sin querer correr demasiados riesgos, parando en cada restaurante y en cada estación de servicio para tener siempre llenos depósito y estómago.

En caso de accidente, saldrán del coche en llamas y, sanados los rasguños, seguirán viviendo. “Si me equivoco y Dios no existe - parecen decir - al menos me quedan ciertas “compensaciones”; aún tengo el televisor, los amigos, las copas, un dinero ahorrado…que me quiten lo “bailao”". Por eso, al contemplar a estas locas conductoras de Amor, que han perdido el freno y saben que no sobrevivirán en caso de accidente porque lo han arriesgado todo para entregar su vida, dan ganas de gritar: “¡Mujer tenías que ser!”. Mujer tenías que ser porque así desea Cristo ser amado por su Esposa, la Iglesia. Mujer tenías que ser porque así condujo la “bendita entre las mujeres”, que con un “sí” se lanzó derechita hasta la Cruz sin guardarse nada para Ella… ¡Mujer! ¡Enséñame a conducir, porque aún soy demasiado “prudente”!

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid