San Lucas 17, 11-19:
Es de bien nacidos...
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Pablo a Tito 3, 1-7; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 ; san Lucas 17, 11-19

Sólo uno de aquellos diez leprosos que habían visto rejuvenecer sus carnes merced a las palabras de Jesús volvió exultante para darle gracias. Los otros nueve continuaron su vida más enfermos aún de lo que estaban antes. Cuando padecían la lepra, al menos su enfermedad les impedía olvidar que eran pobres y necesitados. Cuando se acercaron a Jesús lo hicieron con una enorme humildad, sin aproximarse más allá de lo permitido a los leprosos, y pidiendo como sólo piden los muy pobres: “ten compasión de nosotros”…

Pero, después de haber quedado sanos, abrieron su corazón a la más temible de las infecciones, la que puede acabar arrojando en el abismo cuerpo y alma: la soberbia. Olvidaron que habían sido favorecidos; olvidaron que, hasta hacía unos minutos, eran unos miserables; olvidaron que no se habían dado a sí mismos la salud; olvidaron que su vida, desde el momento en que fueron sanados, era un regalo de Alguien que les amaba… Y se quedaron solos; solos con su salud, pero sin Dios; solos con un regalo que también se deterioraría al llegar la siguiente, la última enfermedad. Créeme: le es de mucho más provecho a un hombre el quedarse solo con Dios, aún cuando no hubiera recibido ningún don material y estuviera en la más extrema pobreza, que quedarse solo con los dones de Dios… pero de espaldas a Él.

Los dones de Dios no son juguetes que un padre da a su hijo para que se entretenga en la habitación y le deje tranquilo un rato. Personas hay a quienes, cuando Dios les tiende la mano, cortan la mano de Dios y se dan la vuelta para ir a enseñarle a sus amigos lo ricos que son. Pero Dios no nos beneficia para eso. Los dones de Dios son llamadas amorosísimas que buscan entablar un diálogo, y este diálogo es precisamente la salvación.

No nos salvará el haber recibido muchos dones, aún cuando se tratara de dones elevadísimos y sobrenaturales; ni aún cuando hubiéramos sido favorecidos con éxtasis y visiones bastaría eso para salvarnos… Nos salvará el haber respondido con amor a esos regalos, muchos o pocos, espirituales o materiales, que incesantemente nos llegan de parte de Dios; nos salvará el haber continuado esa conversación que los dones de Dios pretendían inaugurar.

Por eso, ser agradecidos con Dios no es una cuestión de mera cortesía; es cuestión de Vida o muerte. La imagen del leproso agradecido por su sanación, que “se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús”, nos lleva de la mano al Magnificat de la Santísima Virgen, y nos abre una ventana a la verdadera alegría.

Pasemos la vida jubilosos, en acción de gracias por tantos beneficios, hasta que podamos perpetuar nuestro agradecimiento en aquel bendito lugar en el que nuestro gozo será alabar a Dios “por tu inmensa gloria”.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid