San Lucas 18, 1-8:
Cansar a Dios
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Juan 5-8; Sal 111, 1-2. 3-4. 5-6 ; san Lucas 18, 1-8

Aquella viuda pobre de la parábola consiguió que el juez inicuo le hiciera justicia por el sencillo pero eficaz procedimiento de la “tabarra incesante”. Por evitar una bofetada (”no vaya a acabar pegándome en la cara”), el juez cedió a sus pretensiones y la atendió.

El que Nuestro Señor Jesucristo en persona, el Hijo de Dios, la señale como un ejemplo para nosotros, es una excelente noticia para todos aquellos que tienen miedo de ser “demasiado pesados” con su Creador: a Dios le gusta, le encanta, que le “demos la tabarra” pidiéndole cosas… ¿Por qué recatarse, entonces? ¡Pidamos sin cesar! Si Dios no se cansa, ¡No vamos a cansarnos nosotros, cuando sabemos que lo que pedimos es bueno!

Permíteme un consejo, y recíbelo como venido de alguien que ya ha pedido mucho, muchísimo, y que ha obtenido también mucho: cuando pidas para ti, sigue el ejemplo del Maestro Bueno: la única vez que pidió algo para Él fue en el Huerto de los Olivos (”que pase de mí este cáliz”), y entonces nos enseñó cómo debemos hacerlo: termina siempre tu oración diciendo: “pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Pero, cuando pidas para los demás, y sepas que lo que pides es algo bueno, imita a la viuda inoportuna: arrincona a Dios, importúnale, no te canses hasta hacerle “cambiar de opinión”… La oración de intercesión es una preciosa batalla entre el hombre y Dios, a semejanza de aquella que libró Jacob antes de rayar el alba. Cristo, en la Cruz, libró la misma batalla pidiendo por ti y por mí. No temas, cuando intercedes en favor de alguien, “luchar contra Dios”, porque te aseguro que, después de haber presentado una “resistencia táctica”, Dios se te rendirá. Algunos necios se cansan después del primer Padrenuestro: no vayas a ser tú de esos, que Dios ya tiene previsto obedecerte antes de hacerte esperar; insiste, insiste aunque la batalla dure años, sabiendo que vencerás, porque se trata de una batalla de Amor…

Pon todas tus plegarias en manos de la Santísima Virgen; al igual que en Caná, no cesa Ella de importunar en el Cielo a su Hijo, para que cuanto pedimos a través de su poderosa intercesión sea siempre escuchado.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid