San Lucas 19, 45-48:
Las complicaciones del corazón
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Apocalipsis 10, 8- 11; Sal 118, 14. 24. 72. 103. 111. 131 ; san Lucas 19, 45-48

Cuando uno lee o piensa en la expulsión de los mercaderes del templo, inmediatamente se fija en su corazón. Porque él es el altar desde el cual ofrecemos a Dios cada día nuestras obras. Es también el lugar de las verdaderas intenciones y deseos.

Lo primero que notamos es que en nuestro corazón no hay un solo deseos, sino muchos que conviven. Es lo mismo que pasaba en el Templo de Jerusalén. Por una parte era el lugar donde el pueblo tomaba conciencia de su relación con Dios y le ofrecía sacrificios. Por otra parte, para poder llevar a cabo esa actividad, se había organizado un mercado de animales y un servicio de cambio de moneda en los alrededores del Templo. Era una actividad orientada a facilitar el culto. Seguramente muchos de los que participaban de aquel negocio estaban convencidos de prestar un servicio a Dios atendiendo a las necesidades de los creyentes que se acercaban a la ciudad.

En nuestro corazón sucede algo parecido. Queremos servir al Señor y que Él sea el centro de nuestra vida. Ese deseo es el principal y una y otra vez lo renovamos. Pero también sucede que, a su alrededor germinan otros, muchas veces nacidos con buena intención, pero que acaban comiendo el terreno a lo más importante.

Me acuerdo de un amigo que empezó a cantar en las misas dominicales para solemnizarlas y ayudar a la oración de los demás. Fue así hasta que un día decidió dejarlo porque se dio cuenta de dos cosas: por una parte había personas que iban a la iglesia sólo por oírle a él y, por otra, de que cada vez dedicaba más atención a cómo cantaba y perdía de vista que lo importante era el culto a Dios. No sé si ha vuelto a cantar en las celebraciones, pero de alguna manera el Señor expulsó el mercado de aquel corazón.

Cómo nos gustaría que el Señor nos ayudara a rectificar la intención de nuestro corazón quitando de él todas las impurezas y dobleces que cohabitan. Podemos buscar nuestro progreso bajo la excusa de hacer bien, o rezar sin darnos cuenta de que hablamos con Dios. Eso pasa cuando caemos en la rutina. Entonces hay que pedirle a Dios que nos enseñe el culto verdadero.

 “Mi casa es casa de oración”. Nuestro corazón es para el Señor. Nos cuesta mantenerlo limpio nosotros solos. De hecho no sabemos hacerlo. Por eso hay que pedir constantemente que Jesús pase por nosotros para no convertirnos en cueva de bandidos.

Que María, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad, interceda por nosotros para que nuestro corazón sea totalmente fiel al Señor.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid