San Lucas 20, 27-40:
Un Dios de vivos
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Apocalipsis 11, 4-12; Sal 143, 1. 2. 9-10 ; san Lucas 20, 27-40

El Evangelio de hoy acaba por poner a uno nervioso. Más que nada porque nos identificamos con esos saduceos que inventan argumentos extravagantes para mantenerse en su verdad. La imaginación es poderosa cuando la voluntad está empeñada en algo. Es tremendo hasta dónde puede llegar el prejuicio. El caso es que viendo la actitud de aquellos personajes uno no puede menos que interrogarse sobre sí mismo para descubrir en qué puntos objeta a la enseñanza de Jesús.

Cuando el Señor responde a los saduceos lo hace de una forma muy significativa. Dice: “No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”. Con esta frase argumenta en contra de los saduceos. De hecho les desarbola el argumento y lo hunde del todo. No entra en una discusión estéril sino que replantea todo. Marca un nuevo horizonte. Pensando en esa respuesta uno se da cuenta de que muchas objeciones contra la fe proceden del valle de los muertos. Es como si nos diera miedo encontrarnos con el Dios vivo. Nos gusta la arqueología religiosa pero tememos encontrarnos con el Dios vivo.

Dios, al encarnarse, ofrece una relación personal a los hombres. Viene al mundo para romper una distancia que era insalvable para el hombre. Y que sucede. Lo normal sería adherirnos a Él, pegarnos a su persona y permanecer a su lado. En vez de ello a veces inventamos una nueva distancia que va contra la experiencia y la razón. Lo que Dios ha acortado con su condescendencia el hombre se empeña a alargarlo con su tozudez intelectual.

El problema de los saduceos era que no creían en la resurrección. Esa creencia tenía graves consecuencias en su vida. Al negar la vida eterna desvinculaban su comportamiento en la tierra de su destino final. Si se piensa un poco uno descubre que tras esa manera de pensar se escondían muchos intereses mundanos. Substituyeron la felicidad eterna por pequeñas satisfacciones terrenas. Ahora bien, un argumento tan enrevesado como el que utilizan demuestra que no eran felices en su posición. El hombre, para autoconvencerse de lo que cree le conviene es capaz de lo más estrafalario.

Vista desde la distancia la postura saducea no se aguanta por ningún lado. Más bien nos hace reír y deseamos que la mujer se muera de una vez porque con tanto casorio uno acaba perdiéndose. Pero lo cierto es que la actitud saducea no está lejos de lo que a veces nos pasa a nosotros.

Que la Virgen, que dio a luz al Señor de la Vida, nos acompañe siempre para que no dejemos que el don que hemos recibido muera en nosotros.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid