San Lucas 21, 1-4:
Fisonomista
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Apocalipsis 14, 1-3. 4b-5; Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6 ; san Lucas 21, 1-4

Un amigo se dedicaba a una profesión curiosa, era fisonomista. Trabajaba en un casino y su tarea consistía en “aprenderse” las caras de los jugadores profesionales, tramposos y personas en racha, así como fijarse en aquellos que actuaban con actitudes extrañas. Hablo de él en pasado pues ha cambiado de trabajo, ha “pasado a mejor vida,” pero sin dejar este mundo. Como decía es un trabajo curioso, y es que a la hora de proteger el divinizado dinero no importa decirle a alguien (en un madrileño muy castizo): “Me he quedado con tu cara,” y que el otro casi se sienta alagado de ser reconocido.

“En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales.” Hace unos días leíamos este mismo Evangelio, pero de la pluma de San Marcos. Me ha gustado el contemplar al Maestro que se sienta a mirar a los hombres. Sin duda los ricos pensarían que llamarían la atención de los que les miraban. Pensarían que luego comentarían su generosidad con el templo y, por lo tanto, su virtud y religiosidad. Estoy convencido que a nosotros nos pasaría igual, nos llama la atención las “grandes” cosas, y dejamos pasar de largo lo que parece pequeño o intrascendente y que, sin embargo, suele ser lo realmente importante. Quien conozca la vida de las parroquias, pienso que casi de cualquier parte del mundo, descubrirá a los que quieren “llamar la atención,” se hacen portavoces de la forma, estilo y talante (que tanto gusta a nuestro presidente), de la parroquia. Le falta tiempo para subirse al ambón y desbancar al cura y no pierde ocasión de manifestar la bondad y la generosidad de los que se autodenominan “parroquianos” (que palabra tan fea, tiene tintes taberneros). Pero quien conozca más a fondo las parroquias sabrá que quien las saca adelante son esas personas anónimas, muchas veces desconocidas, que cotidianamente vienen a Misa, dedican un tiempo de su oración a pedir por todos los de la parroquia y, de manera callada y silenciosa, hacen aquellas tareas que todos rechazan, pero que son necesarias para la vida diaria de la parroquia. No esperan que se lo agradezcan, ni siquiera el párroco, e incluso sienten cierto rubor si manifiestas tu agradecimiento y admiración por su labor.

Los cristianos tenemos que aprender a mirar el mundo como lo mira Cristo. Pero también tenemos que aprender a vivir sabiendo cómo mira Cristo. Y eso implica el poner en juego la vida, “echar todo lo que se tiene para vivir.” Dios, ,que nos lo ha dado todo, debe estar harto de ver cómo le devolvemos las sobras. Sí, damos, e incluso a veces damos mucho, pero esperamos algo a cambio, un reconocimiento, una palmadita en la espalda, un cargo o una prebenda. Pero el cristiano tiene que darse como se dio Cristo, hasta quedarse sin nada, hasta poner en juego su vida y su futuro, como esta pobre viuda.

Contemplando el misterio de la Encarnación descubrimos que allí no hay “mercadeo.” A la Virgen no se le ofrece nada a cambio de su sí, ni ella pide nada por implicar su vida en el misterio de Dios. Así tiene que ser nuestra vida, pidámosle a la Virgen, hoy día de la medalla milagrosa, que administre ella nuestra entrega.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid