San Mateo 4, 18-22:
El oido
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

san Pablo a los Romanos 10, 9-18; Sal 18, 2-3. 4-5 ; san Mateo 4, 18-22

El lunes que viene me vuelven a operar del oído. Ya he perdido algo de audición, y siempre me parece que esté taponado. La verdad es que para lo que hay que oír es mejor estar así. Pero también ocurre algo curioso. Como siempre tengo la sensación de tener taponado el oído izquierdo, pienso que oigo peor de lo que realmente escucho, y para no parecerme a esos sordos que hablan a gritos, cada vez hablo más bajo. He conseguido que todos los que están a mi alrededor, se crean sordos. No sé si me hace feliz a mi, pero seguro que sí a los otorrinolaringólogos.

“¿Cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?; y ¿cómo van a proclamar si no los envían?” Esta famosa concatenación de preguntas de San Pablo, me recuerda mi sordera. Podemos pensar que ya se ha gritado el nombre de Cristo demasiado alto, tal vez incluso nos suene como un “run-run” molesto en el oído, y, por no llamar la atención, cada vez hablamos más bajito de Cristo. Y, tal vez, los que están a nuestro alrededor sean incapaces de escucharnos, y se crean también sordos respecto a las llamadas de Dios. Entonces tenemos que recurrir al especialista.

“Les dijo (Jesús a Pedro y a Andrés, del que celebramos hoy la fiesta): -«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.” Jesús no grita ni hace aspavientos. Tampoco se conforma con pasar unas cuantas veces a su lado a ver si se fijan en él. Jesús les habla, y les habla claro, con palabras que pueden comprender. Les habla al corazón, a cambiar su vida y a tener una meta. A veces en la Iglesia hablamos con lenguajes ininteligibles, con palabras que están cargadas de significado para nosotros, pero que están vacías para los demás. ¿Qué narices pensará alguien a quien le dices: ¡Te vengo a anunciar el kerigma!? Lo más seguro es que piense que le vienes a vender un detergente. Pero nos pasa igual con palabras más sencillas, cuando le decimos a alguien que tiene que comprometerse en la parroquia. ¿A qué narices va a comprometerse si no está enamorado de Jesucristo? ¿A hacerle la ola al párroco?. Luego un día cambia el párroco y se tambalea la fe, o se enamora de Pilita y que le den morcillas al compromiso.

San Pablo lo dice muy claramente: “¿cómo van a proclamar si no los envían?” Cuando hacemos nuestro apostolado, nuestra labor de apóstoles, no hacemos nuestras cosas. Somos enviados de Cristo, y tenemos que facilitar que sea Cristo el que hable. Por eso no se puede ser apóstol sin oración, ni se puede dar nada por supuesto, ni hay recetas determinadas. Dios habla a cada corazón. A unos, como a Pedro, Santiago, Juan y Andrés, les bastará unas palabras dichas confidencialmente. A otros, como a Zaqueo, tendrá que gritarles que bajen de su árbol. Nosotros, como enviados, tendremos que hacer lo que nos dice el que nos envía, y no pensar si hablamos demasiado alto, o demasiado bajo, ya entonará Cristo como quiera en el corazón de cada uno.

A San Andrés, por la forma de su martirio, se le representa con una cruz en forma de equis. Poniéndonos matemáticos podríamos decir que la equis es la incógnita de cómo afectara la Palabra de Dios en quien la escucha. Resolver ese problema se lo dejamos a Dios, pero nosotros no nos saltemos el paso de la ecuación de anunciar a Cristo.

Santa María, reina de los apóstoles, ayúdanos a que nadie que pase a nuestro lado se quede sin escuchar la Buena Noticia de Jesús.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid