San Lucas 21, 29-33:
Lo nuevo
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Apocalipsis 20, 1-4. 11-21, 2; Sal 83, 3. 4. 5-6a y 8a ; san Lucas 21, 29-33

Comienza el mes de diciembre, el mes de las navidades. Ya hay que ir pensando qué pedirle a los Reyes Magos y, si se te olvida, se encargarán de recordártelo los negocios por los que pases, que ya están decorados como si estuviésemos en plenas fiestas. Es el momento de pensar qué quieres nuevo, bien porque ya esté muy viejo, bien porque nunca lo hayas tenido. Cuando no puedes pedir muchas cosas, a veces una sola, es una decisión difícil.

“Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.” El Señor no nos pide cosas nuevas, nos pide una vida nueva para poder estar en ese mundo nuevo. A punto de terminar el año litúrgico no podemos comenzar el Adviento pensando que todo va a seguir igual, que viene “un año más.” Tenemos que mirar al futuro y descubrir que no es lo de siempre. “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán,” y todavía estamos muy lejos de que nuestra vida sea un reflejo de la Palabra de Dios.

Por esto tenemos que llenarnos de optimismo, sacudir de nuestra vida la rutina y el acostumbramiento, para hacer nueva nuestra vida. Sería bueno que hoy y mañana (al menos), en nuestros ratos ante el Sagrario, nos llenemos de ganas de cambiar, de dejarle al Espíritu Santo que campee a sus anchas por nuestra alma. Si ante las mociones del Espíritu Santo nos llega el desánimo o el pensamiento de que hay cosas que ya las hemos intentado muchas veces, entonces dile a Él que las haga en ti, a veces a pesar de ti. Ojalá dentro de unos pocos días, o de unos meses, podamos decir mirando nuestra vida: “Jamás pensé que sería capaz de esto,” aunque sería mejor que dijésemos: “jamás pensé que Dios fuera capaz de esto en mi.” Y para Dios no hay nada imposible. Si comenzamos el Adviento con ganas de hacer de nuestra vida algo nuevo, de que Dios haga algo nuevo en nosotros, lo hará.

El hombre viejo luchará por sus fueros, intentará sembrar en nosotros el desánimo y la tristeza. Pero di con el salmo: “Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.” El día del juicio de Dios tal vez no podamos presentarle obras impresionantes, grandes proezas o magníficas acciones. Pero podemos presentarle nuestras ganas de estar con Él, nuestra disponibilidad a que sea Él el que nos transforme y, dentro de nuestra normalidad, todo lo haga nuevo.

La vida de la Virgen, exteriormente, no dio un vuelco tras la encarnación, pero su vida cambió totalmente, aunque nadie se diese cuenta. Igual tendría que ser nuestra vida, completamente nueva pues, haciendo lo de siempre lo hacemos por y para Dios.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid