San Mateo 8, 5-11:
El estrés
Autor: Arquidiócesis  de Madrid

Isaías 4, 2 6; Sal 121, 1-2. 4-5. 6-7. 8-9; Mateo 8, 5-11

Siempre me había parecido un poco exagerado lo de atribuir cualquier problema al estrés. Y ciertamente creo que se pasan a veces al atribuir estrés a todo, desde a los ejecutivos a el ganado lanar. Pero, sin llegar a excesos, me he convencido de que el estrés existe. Esta tarde me harán una pequeña intervención, al igual que el año pasado, en el oído. Aunque no me asustan las mesas de operaciones, ni los quirófanos, ni las luces, el año pasado el anestesista casi acaba conmigo a puntillazos con la jeringuilla. Normalmente las venas se me ven bastante bien, pero me explicó que por el estrés a veces las venas “se esconden,” y pude comprobar que las mías se habían ido a tomar un café a Móstoles. Espero esta tarde superar el estrés y que me duerman al primer pinchazo.

“Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país, honor y ornamento para los supervivientes de Israel. A los que queden en Sión, a los restantes en Jerusalén, los llamarán santos: los inscritos en Jerusalén entre los vivos.” Hemos comenzado a caminar en el Adviento con una esperanza: el Señor vendrá, y tenemos que dar cumplimiento a la esperanza de Dios: nos quiere santos. Puede parecer una empresa muy grande para nosotros, pero el Señor no pide imposibles. Si sólo contásemos con nuestras fuerzas nos entraría el estrés ese. Nos ocultaríamos de Dios como si nunca le hubiéramos conocido y, aunque sea inconscientemente, pediríamos a Dios pasar desapercibidos, ser del montón, no alcanzar la santidad sino, en todo caso, una pequeña ración de bondad.

“En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: - «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.»” Este es el primer paso para vivir bien este Adviento, y el primer paso para la santidad: Acercarse a Cristo. A lo mejor nuestra soberbia o nuestra prepotencia, aumentada por años de independencia de lo divino, nos pueda poner impedimentos para acercarnos a Dios. Sin duda los consejeros de este centurión le dirían que no era más que un predicador judío loco, que en Roma había mejores médicos, o que no valía la pena el molestarse en hablar con Jesús por un criado, ya tendría bastantes. También el diablo, que no es buen consejero, nos dirá al oído que nosotros no tenemos solución, que si nos creemos tan importantes como para que Dios se preocupe de nosotros, o que a otros llamará por el camino de la santidad, a nosotros no.  Si le hacemos caso entonces, como las venas ante el anestesista, nos volveremos a nuestros cuarteles de inviernos, a nuestra vida mediocre espiritualmente, hasta que se muera el sirviente, o nuestra propia alma.

Pero el Señor siempre nos sorprende. “Jesús le contestó: - «Voy yo a curarlo.»” No dudes que para Dios eres importante, el más importante. Y lo eres porque se lo pides. No mira tus orígenes, tu trabajo, tu cartera ni tu pasado. Te mira a ti, y está dispuesto a dejarlo todo, ya se ha entregado del todo, por sanarte. Y entonces, como el centurión, sabremos quién es Jesús, toda la gracia que el Espíritu Santo nos está dando cada día y desaprovechamos, y sabremos que el Señor puede hacer que seamos santos, que nos sentemos con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.

Nuestra Madre la Virgen nos recuerda cada día que el Señor cumple sus promesas, que si nos acercamos a Él hará realidad todas nuestras esperanzas y que nosotros podemos hacer  realidad la esperanza que tiene Dios es nosotros. Así que nada de estrés y algo más de esperanza.

Nota: Con permiso de la Arquidiócesis de Madrid